Hoy, en el martirio de san Juan Bautista contemplamos a
Jesucristo como modelo de "mártir". El Bautista dio la vida por
defender coherentemente la verdad sobre el matrimonio. Esto es justamente el
"martirio": obedecer al "Señor de los señores", con todas
sus consecuencias, sin ceder a subterfugios.
Desde sus orígenes el cristianismo entendió el martirio
como "liturgia" ("identificarse con Cristo…") y como
"acontecimiento sacrificial" ("…con Cristo sufriente con
amor"). En el martirio el cristiano es llevado totalmente dentro de la
obediencia de Cristo, dentro de la liturgia de la cruz y, así, dentro del verdadero
culto (rindiendo totalmente el corazón al Padre). San Ignacio de Antioquía, por
ejemplo, decía ser como el "trigo de Cristo", que debía ser triturado
para convertirse en "pan de Cristo".
—Jesús, concédeme el don de la disponibilidad para sufrir
contigo. Porque "cristiano" y "mártir" son equivalentes: en
las tribulaciones de la vida ordinaria puedo transformarme en "pan"
que comunica el misterio de Cristo, siendo "ofrenda" para Dios y para
los hombres.
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