Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y
odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por
los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis
a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también
los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».
Comentario: Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu
(Rubí, Barcelona, España).
Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial
Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la
medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de
Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial» (Mt 5,45). ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En
los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños
hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que
llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿y nuestros compañeros
de trabajo? ¿y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a
hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿cómo los amamos?
¿qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita
a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a
tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que
sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni
aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no
puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al
del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a
quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos
que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección
la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras
ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene
de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de
que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el
milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de
los otros.
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