Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo resuena una de las
palabras más incisivas de Jesús: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero
quien pierda su vida por mí, ése la salvará” (Lc 9, 24).
Aquí hay una síntesis del mensaje de Cristo, y está
expresada con una paradoja muy eficaz, que nos hace conocer su modo de hablar,
casi nos hace sentir su voz…
Pero, ¿qué significa “perder la vida por causa de Jesús”?
Esto puede suceder de dos maneras: explícitamente confesando la fe, o
implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del
perder la vida por Cristo. En dos mil años son una fila inmensa de hombres y
mujeres que han sacrificado su vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su
Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo son tantos, tantos, más que en los
primeros siglos, tantos mártires que dan su vida por Cristo. Que son llevados a
la muerte por no renegar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia, hoy tenemos más
mártires que en los primeros siglos. Pero también está el martirio cotidiano,
que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo,
cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la
donación, del sacrificio. Pensemos: ¡cuántos papás y mamás cada día ponen en
práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la
familia! Pensemos en esto. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas
desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios! ¡Cuántos jóvenes
renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los
minusválidos, a los ancianos…! ¡También estos son mártires, mártires
cotidianos, mártires de la cotidianidad!
Y después hay tantas personas, cristianos y no cristianos,
que “pierden su propia vida” por la verdad. Y Cristo ha dicho “yo soy la
verdad”, por tanto, quien sirve a la verdad sirve a Cristo.
Una de estas personas, que ha dado su vida por la verdad
es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la
solemnidad de su nacimiento. Juan fue elegido por Dios para ir delante de Jesús
a preparar su camino, y lo indicó al pueblo de Israel como el Mesías, el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Cfr. Jn 1, 29). Juan se consagró
completamente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero al final, ¿qué sucedió?, murió
por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio del rey Herodes y de
Herodías. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad!
¡Cuántos hombres rectos prefieren ir contracorriente, con tal de no renegar la
voz de la conciencia, la voz de la verdad! Personas rectas que, no tienen miedo
de ir contracorriente, y nosotros no debemos tener miedo. Entre ustedes hay
tantos jóvenes. Pero a ustedes jóvenes les digo no tengan miedo de ir contracorriente.
Cuando te quieren robar la esperanza, cuando te proponen estos valores que son
valores descompuestos, valores como la comida descompuesta, cuando un alimento
está mal nos hace mal. Estos valores nos hacen mal por eso debemos ir
contracorriente. Y ustedes jóvenes son los primeros que deben ir
contracorriente. Y tener esta dignidad de ir precisamente contracorriente.
¡Adelante, sean valientes y vayan contracorriente! Y estén orgullosos de
hacerlo.
Queridos amigos, recibamos con alegría esta palabra de
Jesús. Es una regla de vida propuesta a todos. Y que san Juan Bautista nos
ayude a ponerla en práctica.
Por este camino nos precede, como siempre, nuestra Madre,
María Santísima: ella perdió su vida por Jesús, hasta la Cruz, y la recibió en
plenitud, con toda la luz y la belleza de la Resurrección. Que María nos ayude
a hacer cada vez más nuestra la lógica del Evangelio.
Después del ángelus, el Papa dijo:
Y recuerden bien: no tengan miedo de ir contracorriente,
sean valientes y así como nosotros no queremos comer una comida que se ha
descompuesto no llevemos con nosotros estos valores que están descompuestos y
que arruinan la vida y quitan la esperanza. ¡Adelante!
Los saludo con afecto; a las familias, a los grupos
parroquiales, a las asociaciones, a las escuelas.
Saludo a los alumnos del Liceo diocesano de Vipàva en
Eslovenia; a la comunidad polaca de Ascoli Piceno; a la UNITALSI de Ischia de
Castro; a los chicos del Oratorio de Urgnano, veo aquí su bandera, ¡muy bien,
ustedes son muy buenos!; a los fieles de Pordenone; a las religiosas y
operadores del Hospital “Miulli” de Acquaviva delle Fonti y un grupo de
delegados sindicales del Véneto.
¡Les deseo a todos un feliz domingo! Recen por mí. ¡Buen
almuerzo!
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