Hoy, iniciando la Cuaresma, consideramos los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb, Jesucristo orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.
Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Puesto que el pecado nos oprime a todos, se nos ofrece el ayuno como un medio para recuperar la amistad con el Señor. En el Nuevo Testamento, Jesús —previniendo la hipocresía de algunos fariseos— indica la razón profunda del ayuno: comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre. En último término, se trataría de ayunar de nuestra propia voluntad.
—Con el ayuno, Señor, deseo someterme humildemente a ti, confiando en tu bondad y misericordia.
Fuente: master·evangeli.net
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