03-02-2013 Radio Vaticana
(RV).- Como cada domingo al mediodía el Papa
rezó el Ángelus con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de
San Pedro. Reflexionando sobre la liturgia del día, el Santo Padre se refirió
al "himno a la caridad" de san Pablo, invitando a que este sea el
"verdadero distintivo del obrar cristiano".
Saludo del Papa en nuestro idioma al final del rezo del
Ángelus:
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en
particular a los alumnos y profesores del Instituto Suárez de Figueroa, de
Zafra, y del Instituto Ildefonso Serrano, de Segura de León, Badajoz, así como
a los profesores de los colegios diocesanos de Valencia. En la liturgia de hoy
se lee el llamado «himno a la caridad» del apóstol san Pablo, en el que explica
el «camino» de la perfección, que no consiste en tener cualidades particulares
sino en vivir el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. Que
Santa María, la Virgen, nos ayude cada vez más para que la caridad sea el
distintivo del obrar cristiano y que sea éste el fruto de lo que creemos como
discípulos de su Hijo. ¡Feliz domingo!
Palabras del Papa en italiano antes del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
El Evangelio de hoy –tomado del capítulo cuarto de san
Lucas– es la continuación de aquel del pasado domingo. Nos encontramos aun en
la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús ha crecido y donde todos conocen
a él y a su familia. Ahora, luego de un tiempo de ausencia, Él ha regresado en
una manera nueva: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías
sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, haciendo entender que aquella
palabra se refiere a Él. Este hecho suscita el desconcierto de los nazarenos:
por una parte, «Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de
admiración por las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); san
Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es
esa que le ha sido dada?» (6,2). Pero por otra parte, sus paisanos lo conocen
muy bien: «Es uno como nosotros –dicen–. Su reclamo no puede ser más que
presunción» (La infancia de Jesús, 11). «¿No es este el hijo de José?» (Lc
4,22), que es como preguntarse: ¿qué aspiraciones puede tener un carpintero de
Nazaret? Justamente conociendo esta cerrazón, que confirma el proverbio «nadie
es profeta en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que
suenan como una provocación. Cita dos milagros cumplidos por los grandes
profetas Elías y Eliseo a favor de personas no israelitas, para demostrar que a
veces hay más fe fuera de Israel. A este punto la reacción es unánime: todos se
levantan y lo echan fuera, y hasta tratan de lanzarlo a un precipicio, pero Él,
con soberana tranquilidad, pasa en medio de la gente enfurecida y se va. A este
punto es espontáneo preguntarse: ¿cómo así Jesús ha querido provocar esta
fractura? Al inicio la gente se admiraba de él, y quizás habría podido obtener cierto
consenso… pero justamente este es el punto: Jesús no ha venido para buscar el
consenso de los hombres, sino –como dirá al final a Pilato– para «dar
testimonio de la verdad» (Jn 18,37). El verdadero profeta no obedece a nadie
más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, listo a responder
personalmente. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero también el amor
tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad,
dos nombres de Dios. En la liturgia de hoy resuenan también estas palabras de
san Pablo: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace
alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no
se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia,
sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,4-6). Creer en Dios significa
renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se
ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a
reconocerlo y a servirlo en los demás.
En esto la actitud de María es iluminante. ¿Quién más que
ella tuvo familiaridad con la humanidad de Jesús? Pero jamás se escandalizó
como los paisanos de Nazaret. Ella custodiaba en su corazón el misterio y supo
acogerlo una y otra vez, cada vez más, en el camino de la fe, hasta la noche de
la Cruz y a plena luz de la Resurrección. Que María nos ayude a recorrer con
fidelidad y con gozo este camino.
(Traducción del italiano, Raúl Cabrera- Radio Vaticano)
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