sábado, 9 de noviembre de 2019

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, 10-11-2019 (Ciclo C)


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron:
Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado
casados con ella.
Jesús les contestó:
–En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir., son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.» No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.

Pautas para la homilía

La familia germen de vida eterna

¿Es la vida de los que nos decimos cristianos distintos de los que no lo son? ¿No participamos de estilos de vida que nada tiene que ver con el ser cristianos?
Todos hemos nacido en una familia más o menos cohesionada, en ella hemos aprendido una serie de valores que nos han servido para llevar una vida digna. Pero cierto es, y así lo atestiguan los estudios sobre la familia, que ésta está en crisis (violencia familiar, niños abandonados, matrimonios rotos…). Dice el papa Francisco a este respecto: “Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad".
Pero a pesar de ello, en la tradición judeocristiana la familia es germen de la fe, en ella podemos conocer a Dios y experimentar su gracia. Ante la importancia de la familia nos dice el Papa: “En su camino familiar, ustedes comparten tantos momentos inolvidables: las comidas, el descanso, las tareas de la casa, la diversión, la oración, las excursiones y peregrinaciones, la solidaridad con los necesitados… En ella conocemos a Jesús que nos enseña a amar auténticamente” La familia es, por tanto, germen de la fe y de vida eterna.
En la primera lectura de 2 Macabeos se nos habla de la detención y tortura de una familia. La familia para el pueblo de Israel, y también para nosotros, representa la unidad que debe mantener el pueblo. La mujer y sus hijos, representan al pueblo de Israel frágil, inocente e indefenso. Atentar contra la familia es atentar contra las bases de la sociedad y de la propia vida.
Por el contrario, cuando reforzamos la familia, cuando la protegemos, estamos haciendo que la vida germine a nuestro alrededor. Así nos lo hace saber también el Papa: "Cuando nos preocupamos por nuestras familias y sus necesidades, cuando entendemos sus problemas y esperanzas... cuando sostienen la familia, sus esfuerzos repercuten no sólo en beneficio de la Iglesia; también ayudan a la sociedad entera".
¿Qué experiencias no habrían tenido aquellos jóvenes de su familia? ¿Qué valores no habrían aprendido en ella?, que prefirieron dar la vida antes de abandonar lo que su familia se les enseñó y experimentaron. Cuando la vida tiene enjundia, cuando tiene sentido, los valores que en ella se transmiten trascienden lo vivido. Vivir el proyecto del Reino de Dios es hacer germinar la vida a nuestro alrededor. Y dar la vida por ese proyecto, hace que el Señor se ponga de nuestra parte, pues no abandona a quien confía en Él. Así nos lo hacen ver estos jóvenes que son torturados, “cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”.
Tendríamos que potenciar en nuestras comunidades la vida familiar, protegerla y acompañarla para que siga siendo germen que alumbre en nosotros y en las generaciones venideras la vida que no acaba, la Vida en Dios.

Llamados a participar de la Vida en Dios

Jesús en el evangelio es sobrio a la hora de hablarnos de la vida después de la muerte. En nuestro entorno, incluida la Iglesia, hemos frivolizado hablando de la vida después de la muerte al igual que la narración que nos aparece en el evangelio de hoy, donde los saduceos interpelan a Jesús sobre este tema.
La Vida tras la muerte se sustenta en el amor que Dios nos tiene, y participaremos del amor de Dios, porque somos hijos suyos y tenemos Vida en Él.
Optar aquí por los valores del Reino expuestos en las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) en la familia, en nuestras comunidades, en nuestras relaciones de amistad, es prepararnos para participar de la Vida plena junto a Él. Pero, ¿cómo será esta? Es una “vida nueva”, la podemos esperar, pero nunca la podremos describir o explicar.

La comunidad cristiana consuelo y esperanzapara las personasque se prolonga hasta la eternidad

Trabajar por el Reino de Dios en nuestras comunidades es ser alternativa para un mundo empeñado en morir; vivir la fraternidad, el amor y la paz, es llevar a todos los hombres y mujeres el “consuelo y la esperanza” nos dirá 2 Tesalonicenses. Vivir los valores del Reino de Dios genera un consuelo interior (una paz interna) que nos afianza en la opción tomada, y consecuencia de esta paz interior, será la fuerza para obrar el bien y la capacidad para dar testimonio y anunciar lo vivido con la palabra de manera congruente.
La fe que nos hace esperar la resurrección, nos mantiene firmes en ella y luchar contra los anti valores del Reino de Dios tan predominantes en nuestra sociedad. La fuerza para oponernos a ese reino de muerte nos será dada por el Señor (2 Tes 3, 3).
Vivir la fe, la esperanza y la caridad en la familia y en la comunidad es garantía de un mundo mejor, de una vida nueva que no acaba aquí, sino que se prolonga hasta la vida eterna en Dios. Una vida preparada por Dios para el cumplimiento de nuestras aspiraciones más hondas. Los valores que somos llamados a cultivar en la familia y en la comunidad sacan de nosotros lo mejor, y, a pesar de nuestras caídas, Dios sacará de nosotros, “nuestra mejor versión”, la que tanto ama, y así, participaremos de Él que es amor. La muerte no tiene la última palabra, es la vida vivida en Él la que nos fundirá con Él.

D. Juan Manuel López Montero, OP
Fraternidad Sacerdotal de Santo Domingo de España
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/10-11-2019/pautas/

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