Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-10
En aquel
tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por
lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los
pecadores y come con ellos.»
Jesús les
dijo entonces esta parábola: «Quién de ustedes si
tiene cien ovejas y se le
pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se
perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus
hombros, lleno de alegría; y al llegar a su casa reúne a los amigos y les dice:
Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. Yo les
aseguro: también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente
que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. ¿Y qué mujer hay
que si tiene diez monedas de plata y pierde una, ¿no enciende luego una
lámpara, barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la
encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque
ya encontré la moneda que se me había perdido. Yo les aseguro que así también
se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
En la
vida y en la muerte somos del Señor
Vivimos
aferrados a la vida sin apenas mirar lo que de muerte tiene nuestro proceso
vital. Sólo miramos de frente a la muerte cuando alguien cercano se nos va. No
nos preparamos para partir allí donde Dios nos espera. Lo que sí es cierto, es
que Dios es Señor de vivos y muertos.
Sin
embargo, mientras nos encaminamos hacia la muerte, hemos de ir ofreciendo a
Dios los días que hemos vivido, y los días que nos faltan por vivir, porque
como dice san Pablo a los Romanos: Si vivimos, vivimos para el Señor. Si
morimos, morimos para el Señor. Vida y muerte están unidos por un solo
vínculo de amor, y éste es Dios.
En la
vida ponemos nuestras ilusiones, depositamos nuestros sueños, y albergamos
nuestras esperanzas ¿Por qué no hacerlo con la muerte? ¿Qué nos pasa con ella?
Tenemos la oportunidad de despedirnos de nuestras penas y sufrimientos. Con
ella, podemos despedirnos de nuestras enfermedades y acoger la vida nueva que
Cristo nos ofrece. Con ella, se mitigan los miedos y desaparecen nuestros
sufrimientos. Con ella obtenemos la paz.
Mientras,
perdemos el tiempo juzgando el mundo de lo fraterno, situándonos por encima de
los demás, como si fuésemos gaviotas liberadas para un vuelo único y especial,
donde los demás siempre yerran en su suerte. En pro de una presumida excelencia
fustigamos la vida de los otros con voracidad.
Juzgar a
un hermano es una forma de desprecio de su persona, de su vida, de su
pensamiento, es situarme por encima de la fraternidad debida y corromperla. Es negarme
para aceptarlo. El desprecio de alguna manera es la ignorancia del amor, la
incapacidad de mostrar amor. Y el amor tiene que ver mucho con la muerte. Se
muere para sí mismo amando. Uno tiene todas las batallas perdidas cuando
emprende el camino del amor, pero eso no ha de importar, porque el amor salva
cada día. Así lo aprendemos y contemplamos en la cruz, con el mayor de los
amores donados: Jesús.
Alégrense
conmigo
Jesús
anda con publicanos y pecadores y come con ellos. Era la crítica de los recelosos
fariseos. Y ante sus recelos, Jesús les cuenta la parábola de la oveja perdida.
Jesús es como el pastor que va en busca de la oveja perdida dejando las noventa
y nueve en el redil. Al encontrarla, se alegra y pide a todos que se alegren
con él.
“Alégrense
conmigo” fue tanto la petición del pastor como la petición de la mujer que
encuentra la moneda que se le perdió. Porque la alegría, aunque sea posible,
busca caminos de fraternidad, busca ser compartida.
Jesús no
queda indiferente ante la situación vital de pérdida ante la que pueda vivir un
ser humano. No queda indiferente ante la desorientación. Jesús cuya vida está
siempre orientada a Dios Padre, busca compartir esa misma orientación con
todos. No se queda en la actitud cómoda de la indiferencia, sino que cada paso
que da hacia los demás, es una búsqueda comprometida de redención.
Pero esta
alegría del evangelio guarda una condición: es el arrepentimiento. Es la
alegría por el cambio que has realizado con valor. Es la reorientación que has
podido dar a tu vida cara a Dios. Es la alegría que se desprende porque has
vuelto tu mirada a Dios y a su amor. El arrepentimiento es la causa y el motor
de esa alegría. No es una alegría meliflua, sino que tiene una razón de ser: Me
alegro contigo porque has dado más veracidad a tu vida.
Jesús, el
Dios que Salva, da un giro especial a cada mirada, no son los sanos lo que
necesitan curación, son los enfermos y a ellos se encamina siempre sus pasos, y
se dirige su mirada.
Los
fariseos parecen que no necesitan a Dios, son autosuficientes, desprecian y
juzgan a Jesús por lo que hace, no se alegran con Jesús, ni por el
arrepentimiento y cambio vital de los hermanos. De ahí, que Jesús hable con
estas parábolas, para mostrarles cómo es Dios, y para mostrarles cuánto tienen el
corazón endurecido.
Cuando
nos situemos ante nuestros hermanos, hagámoslo con una mirada limpia, desde una
oración confiada, y pidiendo a Jesús por su alegría, para que pueda compartirla
desde la ilusión y la veracidad de un cambio vital que se desprende del
arrepentimiento.
Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/7-11-2019/
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