Lectura
del santo evangelio según san Lucas 21, 20-28
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén sitiada por
ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en
Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los
que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de
venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén
encintas o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta
tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán
cautivos a todas las naciones,
Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta
que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas,
y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y
el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo
que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán
al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece
a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Él es el
Dios vivo que permanece siempre
El
comienzo del libro de Daniel, nos narra en sus primeros versículos del capítulo
6 la entrada al trono del Rey Darío. Sobre los ciento veinte sátrapas que
nombró para gobernar el reino, nombró tres ministros, y uno de ellos era Daniel
que sobresalía por su lealtad, y no se le podía acusar de ningún error.
Los
sátrapas pidieron al rey que firmara un edicto prohibiendo que se realizara
oración alguna a las deidades del entorno. Y así lo hizo.
No
obstante, Daniel rezaba como era su costumbre tres veces al día, mirando hacia
Jerusalén. Y fue espiado por sus compañeros. Al ser descubierto orando, fue
denunciado ante el rey, y presionaron a Darío para que ejecutase sentencia
sobre él. Lo echó al foso de los leones con esta sentencia:
“¡Que te
salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!”. Así fue, Daniel a la mañana
siguiente seguía vivo. “Entonces el rey Darlo escribió a todos los pueblos,
naciones y lenguas de la tierra: «¡Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi
imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que
permanece siempre”.
Muchas
veces, para quedar bien ante los poderosos, uno se ve atrapado ante sus propias
sentencias, opiniones, comportamientos y actitudes. Sobre todo, si éstas
mantienen una apariencia totalitaria. No siempre la coherencia se ajusta a lo
que uno pretende o piensa.
En este
relato el rey Darío mantiene su palabra ante los sátrapas, pero interiormente
se preocupa por Daniel. Su decisión le ha dejado intranquilo. Hay ocasiones que
nuestras decisiones no las creemos justas, sobre todo si van acompañadas de la
presión de los ególatras, los celosos, y envidiosos, y esas decisiones no nos
dejan vivir.
Hay algo
que Darío dice del Dios de Daniel: “Él es el Dios vivo que permanece para
siempre”. Es el testimonio ante lo que parecía imposible. Daniel salió
vivo de los leones. Un Dios que defiende a los vivos, que actúa, que permanece
para siempre a nuestro lado, así lo demostró con Daniel, y así lo reconoció el
rey Darío.
Levantaos,
alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación
Jesús
habla de la destrucción de Jerusalén. Describe cómo será el final de los
tiempos, la angustia que se vivirá, y cómo ha de ser el ánimo de los que
caminan con fe.
Al final
del tiempo litúrgico, ya en la última semana, el evangelio de Lucas nos sitúa
en una visión apocalíptica de cómo será el final de los tiempos. Jerusalén será
el centro neurálgico de la catástrofe. Sitiada por los ejércitos, y una
angustia le acompañará junto al castigo de este pueblo.
Una
visión escatológica del Hijo del hombre, que vendrá sobre una nube, habla de la
segunda venida de Cristo. Esto sabemos que sucederá, pero no deja de ser una
visión simbólica de lo que creemos. Nadie sabe cómo será. Es algo anunciado.
Nunca
está de más pensar en el final de los tiempos, pero quizás hemos de prepararnos
a nivel personal situándonos hacia el final de nuestros días. Pensar en que
todo será destruido y que el mundo se acabará, nadie sabe cuándo sucederá, y
resulta un poco pretencioso pensar que eso va a ser ahora, y ha sido culpa de
nuestra negligencia y nuestra responsabilidad. Es cierto, que requerimos de
acciones ecológicas para el cuidado del planeta, pero pensar que algo que ha
durado miles de años, nos lo vamos a cargar hoy suena muy pretencioso.
Lo
importante de este mensaje no es tanto el final del mundo, sino lo que se nos
dice. Cuando esto suceda: Levantaos, Alzad la cabeza, se acerca vuestra
liberación.
No
debemos de temer al final, es el momento de mirarlo de frente, de alzad la
cabeza ante la liberación que se nos ofrece. No entramos en la esclavitud, al
contrario, la abandonamos y nos liberamos de ella. Ya no hay yugo, ni hay
dolor, todo se muestra para el orgullo de la vida.
Nuestro
miedo a la muerte y al final, nos sitúa en la idealización de visiones
apocalípticas como la que narra el Evangelio. Lo que anuncia Jesús como
profecía, no se ha de confundir con la literalidad del texto.
Terminamos
con estos textos con el año litúrgico. En unos días comenzaremos el Adviento,
la preparación para la venida de nuestro Señor Jesucristo, que siempre vendrá a
permanecer entre nosotros, estableció su morada en medio de nosotros, y habita
para siempre. Es momento de levantarse, de mirar al presente, de encontrarse
con los acontecimientos de salvación que a lo largo de la historia de la
salvación nos ha ofrecido, es el momento de nuestra liberación. Y de orar, para
que sepamos encontrarnos con Cristo, que nos ofrece el amor como testimonio
salvífico de ayer y de hoy.
Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/28-11-2019/
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