Canonización De San Juan Pablo II Y De Juan XXIII (Foto ZENIT Cc) |
Francisco lo canonizó el 27 de abril
de 2014
OCTUBRE 10, 2019 09:13ISABEL ORELLANA VILCHESTESTIMONIOS DE LA
FE
«La inesperada influencia eclesial y mundial de un hombre bueno que
desde niño vivió con honda piedad. Fue un gran pacificador, artífice del
Concilio Vaticano II y de memorables encíclicas como la Pacem in terris y Mater
et Magistra»
Hoy se celebra la festividad de Nuestra Señora de Begoña, y entre otros
santos y beatos, la vida de este pontífice.
Ángelo Giuseppe, internacionalmente conocido por su afabilidad como el
«papa bueno», nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, Bérgamo,
Italia. Era el cuarto de trece hermanos de una humilde familia de piadosos
campesinos. Creció arropado por las hondas convicciones religiosas del clan
Roncalli. Su tío y padrino Zaverio influyó notablemente en su formación
espiritual. Ingresó en el seminario de Bérgamo en 1892.
En 1895 comenzó a redactar su extraordinario Diario del
alma mientras realizaba ejercicios espirituales. No solo consignó en
él buenos propósitos sino que, al ser fiel a ellos, arrebató para su vida un
cúmulo de bendiciones. Incluyó pautas cotidianas de oración, reflexión, examen
de conciencia, lectura de libros piadosos, rezo a María, de la que fue devoto,
etc. Un programa minucioso que iba ampliando atendiendo al mes, al año, y en
todo tiempo, caracterizado por la concisión en cuanto a las prácticas de las
virtudes en las que juzgó debía progresar. Se encomendaba a sus santos
preferidos, que eran junto a Bernardino, Luís Gonzaga, Estanislao de Kostka y
Juan Berchmans, todos adalides de la pureza a la que aspiraba. Entonces
advirtió que le conduciría al altar la «vida oculta, oración y trabajo.
Orar y trabajar, trabajar orando».
El Diario muestra su extraordinaria sensibilidad
plasmada en su amor a Cristo, a la Iglesia, a su familia y al género humano: «cualquier
forma de desconfianza o de trato descortés con alguien –sobre todo, si se trata
de débiles, pobres o inferiores–, cualquier dureza o irreflexión de juicio me
procuran pena e íntimo sufrimiento». Revela la conciencia de su propia
indigencia–«el Miserere por mis pecados debería ser mi plegaria más
familiar»–,la humildad y generosidad de un alma nobilísima, dispuesta a
conquistar la santidad: «el pensamiento de que estoy obligado, como mi
tarea principal y única, a hacerme santo cueste lo que cueste, debe ser mi
preocupación constante; pero preocupación serena y tranquila, no agobiante y
tirana». En suma, el Diario revela la trayectoria
vital y espiritual de este gran hombre de Dios. Es uno de esos textos que, por
su enseñanza, merecen estar en la cabecera de cualquier persona.
Becado en 1901 por la diócesis de Bérgamo, prosiguió su formación en el
Pontificio Seminario Romano. Mientras aguardaba el momento de su ordenación que
se produjo en 1904, cumplió el servicio militar. En 1905 fue designado
secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo María Radini Tedeschi, misión que
simultaneó como profesor en el seminario de diversas disciplinas y otras
acciones pastorales y apostólicas. Comenzaba a ser reconocido como excelente
predicador y reclamado por diversas instituciones católicas. Monseñor Radini
murió en 1914, y al año siguiente el futuro pontífice tuvo que partir al frente
actuando como sargento sanitario y capellán de los combatientes heridos en la
batalla.
Culminada la Primera Guerra Mundial, creó la «Casa del estudiante» y
desempeñó una gran labor entre los alumnos. Fue director espiritual del
seminario en 1919, y a partir de entonces su carrera diplomática fue imparable.
Presidió el consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la
Fe, fue visitador apostólico y obispo de Bulgaria con sede en Areópoli,
delegado apostólico en Turquía y Grecia, nuncio apostólico en París, y
finalmente, cardenal y patriarca de Venecia en 1953. En estas relevantes
misiones fueron evidentes su sencillez y apertura, así como su carácter
respetuoso y dialogante. Era un observador excepcional y supo actuar con
prudencia y tacto en todos los momentos delicados que se le presentaron. Ya
entonces acogió a miembros de otras religiones. A su paso fue dejando copiosos
frutos, apaciguando los ánimos entre el clero y el estamento diplomático. En la
Segunda Guerra Mundial ayudó a muchos judíos proporcionándoles el «visado de
tránsito». Siempre tuvo presente el fiat evangélico: «Basta
la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por
la construcción del futuro».
Cuando en 1958, contando ya 77 años, fue elegido pontífice, nadie pudo
imaginar –y menos él mismo– que su pontificado iba a suponer un hito de
insondables proporciones en la Iglesia. «No puedo mirar demasiado lejos en
el tiempo», decía. Sin embargo, en cinco años escasos fue artífice de una
renovación sin precedentes. «Obediencia y paz», el lema que
escogió cuando fue nombrado obispo de Bulgaria, seguía animando su vida que le
urgía al amor. No se olvidó de los enfermos, especialmente de los niños, ni de
los presos a los que confortó visitándoles, portando con su testimonio el
evangelio de la mansedumbre, de la alegría evangélica y de la generosidad. Fue
un intrépido apóstol, creativo, innovador… Con ese gesto de paz que le acompañó
abría sus brazos a todos. Pero fue también un papa firme. No dudó en cercenar
de raíz formas de vida de la curia que juzgó impropias de su condición, logró
que se respetasen los derechos laborales de los empleados del Vaticano, designó
cardenales a miembros de países lejanos del Oriente y de América, algo novedoso
en la Iglesia, etc.
A los tres meses de pontificado convocó el Concilio Vaticano II, y poco
después mantuvo un encuentro con el arzobispo de Canterbury. El Concilio se
inició el 11 de octubre de 1962 y con él franqueó la puerta al
ecumenismo. «Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa
Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad», dijo antes de morir. Había
querido renovar la Iglesia con el fin de que pudiese afrontar su misión
evangelizadora en la etapa moderna en la que estaba inserta con este luminoso
criterio: fijarse «en lo que nos une y no en lo que nos separa».
Escribió ocho encíclicas, entre otras, la Pacem in terris y Mater
et Magistra. En mayo de 1963 se conoció el funesto diagnóstico: cáncer de
estómago. Murió el 3 de junio de ese año en medio de la consternación del mundo
que le amaba profundamente. Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre de
2000. Y Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014.
OCTUBRE 10, 2019 09:13TESTIMONIOS DE LA
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