Lectura
del santo evangelio según san Lucas 11,1-4
Una vez
que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos
le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Reflexión
del Evangelio de hoy
¿No voy a
sentir la suerte de Nínive?
Todo en
las lecturas de este día se convierte en un himno a la bondad y misericordia de
Dios. Una misericordia que nos cuesta entender y asumir existencialmente como
le ocurrió a Jonás. Sobre todo cuando nos encontramos ante situaciones en que
el mal muestra su rostro más duro, más violento, más injusto dejando víctimas
inocentes y mucho sufrimiento. Nínive, que fue capital de Asiria a partir del
rey Senaquerib, es para el pueblo de Israel la imagen de la tiranía y la
crueldad que ha ejercido sobre ellos el imperio asirio.
Pero
Nínive representa también la capacidad del ser humano de conversión que aparece
cuando la persona acoge humildemente la Palabra de Dios y se deja transformar
por ella; y sobre todo, la oferta universal y permanente de Salvación de un
Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, ama todo lo que existe y se
compadece de todos. El Dios que, como nos transmite San Pablo, hace
sobreabundar la gracia allí donde abundó el pecado.
Frente a
ese derroche de misericordia de Dios, Jonás se manifiesta contrariado, quiere
hasta morirse. El “sabe” que Dios es compasivo y misericordioso, sin embargo,
interiormente, su corazón no está aún convertido, transformado. De ahí su
reacción y su enfado: él hubiera deseado la destrucción de Nínive, el castigo
merecido.
Ante un
Jonás encerrado en su cólera y poco permeable para modificar su visión de las
cosas, la anécdota del ricino permite a Dios iniciar una conversación con Jonás
que busca hacerle recapacitar, reflexionar: si la muerte del ricino que le daba
sombra, llena de tristeza a Jonás, ¿Cómo no va a llenar de tristeza a Dios la
muerte de “más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen la derecha de
la izquierda”?
Jonás no
responde; en realidad la pregunta se dirige a cada uno de nosotros como una
invitación a tomar conciencia de la magnitud de la misericordia de Dios que
cuestiona nuestra vivencia de fe cuando la dureza del corazón nos lleva al
rechazo del otro y nos impide perdonar.
Cuando
oréis, decid: “Padre”
El
Evangelio de este día lo situamos en el contexto del viaje a Jerusalén. En él,
Jesús va instruyendo a sus discípulos sobre qué significa seguirle y cuáles son
los elementos imprescindibles para ello; Uno de los aspectos fundamentales para
vivir el discipulado es la oración. Pero ¿Cómo entrar en relación con Dios?
¿Cuál es la manera de dirigirnos a Él? ¿En qué consiste la oración?
Por esos,
los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar; él que se retiraba
habitualmente a lugares apartados para hablar con Dios, especialmente en los
momentos de tomar decisiones importantes, que vivía una relación de especial de
intimidad con Él.
Una sola
invocación va a recoger el núcleo de esta oración de Jesús: “Padre.” Recordamos
que una de las pocas palabras de Jesús conservadas en su lengua original, el
arameo, por las primeras comunidades cristianas es “Abbá,” papaíto, que
era la expresión utilizada por Jesús para llamar a Dios;una fórmula del
lenguaje familiar, empleada sólo por los niños. Para poder descubrir la
peculiaridad de la oración cristiana, su esencia, es necesario pasar por el
corazón lo que significa esta expresión que repetimos a menudo mecánicamente en
cada “Padre nuestro” que recitamos; darnos cuenta de que Jesús llamaba así a
Dios, dejando traslucir una relación filial de intimidad, de confianza radical,
de comunión.
Jesús nos
invita a entrar en esta relación filial acogiendo el amor de Dios que nos crea
y nos hace hijos e hijas y, gracias a ese amor, vivir la confianza que nos
permite desplegar nuestras alas; a reconocer su santidad revelada a través de
la creación porque toda ella es reflejo de su gloria y a entrar en la comunión
trinitaria que nos hermana y pone en nuestro corazón el anhelo del Reino.
Pero para
poder vivir en este dinamismo de hijas e hijos, orientados hacia la plenitud
del Reino que Dios sueña para esta humanidad, necesitamos que Dios nos
alimente, pidiendo humildemente únicamente lo de cada día; necesitamos también
acoger su perdón, porque sólo desde él podremos ser capaces de vivir de una
manera reconciliada la vida, con nosotros mismos y con los demás. Necesitamos,
por último que, Dios se haga fuerte en nuestra debilidad humana y nos sostenga.
Señor,
enséñanos a orar.
Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo
Congregación Romana de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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