Lectura
del santo evangelio según san Lucas 12,13-21
En aquel
tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia.»
Él le
contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Y les
propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar
cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se
dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más
grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces
me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate,
come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche
te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será
el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Creer sin
depender de las pruebas
Pablo, al
hablar en esta carta a los Romanos del valor de la fe, se remonta a Abrahán, a
quien considera el “padre de los creyentes”. Abrahán se fió de Dios sin
reservas, acogió la Palabra de Dios con una confianza ilimitada, creyendo
ciegamente en sus promesas.
¿Cómo es
posible fiarse de Dios “porque sí”, de pronto, sin antecedentes que garanticen
su fiabilidad? Más aún: ¿cómo puede Abrahán seguir creyendo en sus promesas
(tener una descendencia innumerable) cuando parece pedirle algo que las
contradice frontalmente (sacrificar al único hijo que tiene)? Y, sin embargo,
Abrahán creyó “contra toda esperanza”, “porque estaba persuadido de que Dios es
capaz de hacer lo que promete”. Y Dios no lo defraudó. Por eso Pablo nos lo
propone como modelo para nuestra fe.
A
diferencia de la fe de Abrahán, que parece apoyarse en el vacío, la nuestra se
fundamenta en Cristo, en quien Dios ya ha actuado y sigue actuando. Y, no
obstante, es una fe que tiene que aceptar algo también gratuito: la
resurrección de Cristo y, en consecuencia, la eficacia de su muerte para
redimirnos de nuestros pecados. ¿Quién nos asegura todo eso?
La fe
cristiana sería imposible si no fuera por el testimonio de la Iglesia. Ella es
la que nos ha transmitido la convicción de que Jesucristo está vivo para
siempre y nos ha salvado enteramente. Pero aun ese testimonio de la comunidad
creyente que nos ha evangelizado requiere de nosotros una adhesión
incondicional, es decir, que lo hagamos nuestro, que también nosotros demos ese
paso personal insustituible de creer en Cristo resucitado y vivir de acuerdo
con esa decisiva convicción. ¿Por qué? “Porque Dios ha visitado a su pueblo…,
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa
alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán”, como nos recuerda el
cántico de Zacarías, recogido en la respuesta a la primera lectura de hoy.
Vivir sin
depender de los bienes
La gente
consultaba a veces a los rabinos sobre litigios domésticos. Jesús se niega a
inmiscuirse en ese tipo de asuntos, que con tanta frecuencia enfrentan a las
personas más cercanas en nombre de intereses materiales. Él ha venido para
dirigir la atención de la gente hacia otros horizontes, y para acercar a los
que están distantes. Su tarea primordial consiste en anunciar el reino de Dios,
es decir, en invitar a vivir dejando que el designio amoroso de Dios gobierne
nuestras relaciones.
Él sabía
bien cuánto influye en nosotros el afán por poseer bienes materiales y nos
advierte de que la vida no depende de la abundancia de ellos; desearlos
ávidamente es una forma de idolatría que no hace feliz. Amasar riquezas nos
empobrece ante Dios, porque nos aparta de él, que es nuestro verdadero tesoro.
Hablábamos
más arriba de “fiarnos de Dios”. Eso lleva también consigo ser capaces de
renunciar a todo lo que no es Dios, o por lo menos a ponerlo en segundo plano.
¿Y cómo se nos manifiesta Dios, para que podamos anteponerlo a todo lo demás?
Se nos da a conocer en Jesús, que a su vez se nos hace presente en el prójimo:
“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo
lo hicisteis” (Mt 25, 40).
En la
parábola con la que Jesús ilustra esta enseñanza hay una advertencia de enorme
realismo: si la muerte nos sorprende hoy mismo (y nadie está libre de esa
eventualidad), ¿de qué nos servirá todo lo acumulado en nuestros graneros?
Aunque no fuera más que por esto –pero ¿quién lo piensa seriamente?-, merecería
la pena centrarse en lo esencial de la vida: en la honradez a toda
prueba, en la piedad sincera, en la solidaridad generosa, en el amor fraterno.
En
síntesis: ¿Te fías de Dios?, y ¿en qué tesoro has puesto tu corazón?
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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