miércoles, 9 de octubre de 2019

Evangelio del día, jueves 10-10-2019 (Vigésimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario)


Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,5-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»
Reflexión del Evangelio de hoy
A los que honran mi nombre les iluminará un sol de justicia
En el libro del profeta Malaquías refleja a un pueblo desconcertado. No le encuentran sentido a “creer en Dios”, ni a guardar sus mandamientos. Se comparan con los incrédulos porque los ven dichosos a pesar de que tientan a Dios y quedan impunes. Parece que les va mejor a los que hacen el mal que a los que hacen el bien.
El relato continúa diciendo que los hombres religiosos dialogaron entre sí. “El Señor atendió y los escuchó”.
Parecen momentos de desierto, porque la aridez de la existencia pone en tela de juicio la fortaleza de nuestra fe, y las dudas nos abruman. Todo cuanto nos sucede es pasado por el tamiz de la incredulidad. Y eso, nos conduce a la desesperación frente a Dios.
Le exigimos a Dios que nos resuelva la vida, le interrogamos por cuanto nos acontece con tinte de sufrimiento, y le culpabilizamos porque no vimos su protección, ni sentimos su presencia en los acontecimientos de nuestra vida.
Pero como resuelve el profeta Malaquías, Dios nos hace ver que escribe un relato de fe y compasión con nuestras vidas. No escribe un momento, sino un relato, es decir: toda una vida. El camino de la fe no hay que verlo con un solo acontecimiento, sino incorporando la vida entera y comprendiéndola con los ojos misericordiosos de Dios. Si Dios atiende y escucha no lo hace como los médicos que tienen el tiempo limitado por el sistema de salud, y luego te dan química para que te cures. La escucha de Dios es infinita, a veces imperceptible, pero es sobre todo atenta. Y es entonces, cuando somos capaces de dialogar entre unos y otros reconociendo su presencia, que el relato Dios lo pronuncia con nuestra vida, y  la proclama dichosa por siempre.
¿Tiene sentido creer en Dios? ¿Tiene sentido guardar sus preceptos? Con Jesucristo aprendimos el lenguaje del Amor, de la misericordia y la compasión que nos viene con su presencia cuando instauró el Reino de Dios entre nosotros. Así lo anuncia Malaquías en este texto cuando dice de parte de Dios “Me compadeceré de ellos como un padre se compadece del hijo que le sirve”. Jesucristo es el relato de misericordia y compasión de Dios que nos trae la dicha de parte de Dios. Es un Dios que desborda en una esperanza cumplida en la obediencia de un Hijo.
Sí, tiene sentido creer en Dios, si somos capaces de vivir cada acontecimiento con la resilencia necesaria para superar cada tramo del camino que suponga un protagonismo de superación de las dificultades y del sufrimiento.
Sí, tiene sentido si no nos evadimos en la incredulidad culpabilizadora porque Dios no nos ha resuelto la vida.
Sí, tiene sentido si somos capaces de sentarnos en un diálogo personal, y compartido con los hombres religiosos reconociendo la presencia de Dios.
Tiene sentido si leemos en clave divina todo cuanto nos sucede, porque Dios ha proclamado un relato de salvación con nuestras vidas.
La insistencia de un amigo
Lucas nos hace caer en la cuenta de cómo y cuándo las puertas de nuestra fe están abiertas para Dios. También de la bondad o la maldad de nuestras acciones.
A veces, y así lo demostramos con la gente, nos mostramos con una actitud sospechosamente egoísta cuando alguien llama a nuestra puerta y nos presenta su necesidad.
Pretendemos no dejarnos embaucar, ponemos una armadura a nuestros sentimientos, y mostramos una actitud semejante a la de Caín que no se responsabiliza  de su hermano Abel.
¿Cuándo abrimos nuestras puertas a la fe? ¿Cuándo somos nosotros los necesitados? ¿Por la impaciencia que nos provoca la insistencia de un hermano?
La enseñanza de Jesús a sus discípulos de ayer y hoy es: ¿qué vas a dar una piedra o un pan?
Es una pregunta que ha de resonar en nuestro vivir diario. En la medida que camino siguiendo a Jesucristo, ¿Cómo es mi respuesta a la llamada de Dios y a la llamada de un hermano?
En comparación la bondad de Dios desborda siempre cualquier respuesta humana. Dios desborda en el amor, en la delicadeza, en la escucha en la generosidad. Por eso, otorgará el Espíritu Santo a los que se lo piden. Y esta última consideración es importante. No veremos, ni contemplaremos la presencia de Dios actuando en nuestra vida, si no abrimos las puertas de nuestro interior, si no se lo pedimos.

Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/10-10-2019/

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