Domingo 20 Oct 2019 | 10:18 am
Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco presidió en la mañana del 20 de octubre, en la
Plaza de San Pedro, la misa por el Día Mundial de las Misiones. En su homilía,
el Santo Padre recordó que “El testigo de Jesús va al encuentro de todos, no
sólo de los suyos”.
En su homilía, el Santo Padre se centró en tres palabras presentes en las
lecturas: “monte”, “subir” y “todos”.
El monte, explicó el Papa, “es el
lugar donde a Dios le gusta dar cita a toda la humanidad. Es el lugar del
encuentro con nosotros, como muestra la Biblia, desde el Sinaí pasando por el
Carmelo, hasta llegar a Jesús, que proclamó las Bienaventuranzas en la montaña,
se transfiguró en el monte Tabor, dio su vida en el Calvario y ascendió al
cielo desde el monte de los Olivos. El monte, lugar de grandes encuentros entre
Dios y el hombre, es también el sitio donde Jesús pasa horas y horas en
oración, uniendo la tierra y el cielo; a nosotros, sus hermanos, con el Padre”.
“¿Qué significado tiene para nosotros
el monte?”, planteó el Santo Padre. “El monte es un lugar donde tomamos
distancia, para acercarnos a Dios y a los demás: el silencio, la oración nos
acercan a Dios, pero nos distancian de las habladurías”. Igual con los demás:
“El monte nos recuerda que los hermanos y las hermanas no se seleccionan, sino
que se abrazan, con la mirada y, sobre todo, con la vida. El monte une a Dios y
a los hermanos en un único abrazo, el de la oración”.
“La misión comienza en el monte: allí
se descubre lo que cuenta”, consideró. “En el corazón de este mes misionero,
preguntémonos: ¿Qué es lo que cuenta para mí en la vida? ¿Cuáles son las cumbres
que deseo alcanzar?”, animó.
En segundo lugar, Francisco citó al
profeta Isaías cuando anima: «Vengan, subamos al monte del Señor». En ese
sentido, explicó: “No hemos nacido para estar en la tierra, para contentarnos
con cosas llanas, hemos nacido para alcanzar las alturas, para encontrar a Dios
y a los hermanos. Pero para esto se necesita subir: se necesita dejar una vida
horizontal, luchar contra la fuerza de gravedad del egoísmo, realizar un éxodo
del propio yo”.
“Subir, por tanto, cuesta trabajo,
pero es el único modo para ver todo mejor, como cuando se va a la montaña y
sólo en la cima se vislumbra el panorama más hermoso y se comprende que no se
podía conquistar sino avanzando por aquel sendero siempre en subida”.
En ese sentido, advirtió: “No se
puede subir bien si se está cargado de cosas”. Por tanto, el secreto de la
misión es la renuncia: “para anunciar se necesita renunciar”. E insistió: “una
vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas materiales que empequeñecen
el corazón, nos hacen indiferentes y nos encierran en nosotros mismos”.
“¿Cómo es mi subida? ¿Sé renunciar a los equipajes pesados e inútiles de la mundanidad para subir al monte del Señor?”, animó a preguntarse.
“¿Cómo es mi subida? ¿Sé renunciar a los equipajes pesados e inútiles de la mundanidad para subir al monte del Señor?”, animó a preguntarse.
Finalmente, recordando a San Pablo,
se refirió a la palabra “todos”, y señaló que Dios quiere «que todos los
hombres se salven». En ese sentido, afirmó: “El Señor es obstinado al repetir
este todos. Sabe que nosotros somos testarudos al repetir ‘mío’ y ‘nuestro’:
mis cosas, nuestra gente, nuestra comunidad…, y Él no se cansa de repetir:
‘todos’. Todos, porque ninguno está excluido de su corazón, de su salvación”
“Esta es la misión: subir al monte a rezar por todos y bajar del monte para hacerse don a todos”, sostuvo.
“Esta es la misión: subir al monte a rezar por todos y bajar del monte para hacerse don a todos”, sostuvo.
“El testigo de Jesús jamás busca ser
destinatario de un reconocimiento de los demás, sino que es él quien debe dar
amor al que no conoce al Señor”, añadió.
Para ir al encuentro de todos,
consideró Francisco, hay una sola instrucción: “hagan discípulos. Pero,
atención: discípulos suyos, no nuestros. La Iglesia anuncia bien sólo si vive
como discípula. Y el discípulo sigue cada día al Maestro y comparte con los
demás la alegría del discipulado. No conquistando, obligando, haciendo
prosélitos, sino testimoniando, poniéndose en el mismo nivel, discípulos con
los discípulos”.
“Estamos aquí para testimoniar,
bendecir, consolar, levantar, transmitir la belleza de Jesús”, concluyó el
pontífice, animando a los presentes: “¡Él espera mucho de ti! El Señor tiene
una especie de ansiedad por aquellos que aún no saben que son hijos amados del
Padre, hermanos por los que ha dado la vida y el Espíritu Santo. ¿Quieres
calmar la ansiedad de Jesús? Ve con amor hacia todos, porque tu vida es una misión
preciosa: no es un peso que soportar, sino un don para ofrecer. Ánimo, sin
miedo, ¡vayamos al encuentro de todos!”.+
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