Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 38-42
En aquel tiempo,
entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
–Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
–Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es
necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
–Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
Pautas para la homilía
No olvidar la hospitalidad
La
hospitalidad ha formado parte de la vivencia cristiana desde los inicios. En la
Carta a los Hebreos leemos: “No
os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo,
a ángeles” (Hb 13,2). Esta acción misericordiosa no es privativa
del cristianismo. En muchos pueblos y culturas ha estado y sigue estando
presente. En espacios geográficos agrestes, difíciles y desafiantes (desiertos,
estepas, tupidos bosques…) el ejercicio de la hospitalidad está unido a la
supervivencia.
En
el cristianismo occidental, durante siglos, la hospitalidad ha estado
estrechamente relacionada con los monasterios, sobre todo masculinos, y más
concretamente, con la institución de la hospedería y el albergue de viajeros y
peregrinos cuya función social y religiosa era proporcionar refugio, alimento,
protección, descanso, asistencia y consuelo espiritual a los que se encontraban
de camino.
En
nuestro tiempo es un valor ético que apunta en la dirección de la sanación de
alguna vulnerabilidad. Lo vulnerable hace referencia a lo que es frágil y más
en concreto a lo que puede ser herido. La hospitalidad está en la línea y
horizonte de la curación de heridas y sufrimientos. Siguiendo la primera
lectura de este domingo, Sara se sentía muy vulnerable porque pasaba el tiempo
y no quedaba embarazada y cada día se veía más desplazada por Agar, su esclava,
por ya haber tenido un hijo, Ismael, de su marido. La hospitalidad que Abrahán,
marido de Sara, dio a tres forasteros cambiará la situación.
Recibir a alguien no es lo mismo que acogerlo e integrarlo
En
el camino a Jerusalén, Jesús es recibido, como visita, en casa de Marta, donde
también vivía su hermana María. Como suele acontecer cuando se recibe a una
visita, la anfitriona, Marta, se preocupa por atender a su invitado. Jesús
debía estar diciendo algo interesante. Marta quería escucharlo, por eso reclama
a Jesús que le diga a su hermana que le ayude. La respuesta de Jesús demuestra
su gran sensibilidad y delicadeza, la elogia y al tiempo la orienta: además de
recibir, hay que acoger; y yo añado: integrar. Marta recibió a Jesús, María lo
acogió e integró a su casa.
Jesús
se encuentra en viaje a Jerusalén. El motivo de su viaje tiene que ver con la
predicación del Reino de Dios. Los motivos por los que muchos, en nuestros
días, se ponen en camino son variados, pero, en la mayoría de los casos, tienen
que ver con situaciones de pobreza, guerra, exilios forzados, persecuciones…
personas migrantes en busca de algún refugio, de un nuevo hogar donde vivir.
Los refugiados constituyen un drama prioritario de nuestro tiempo. En la
tradición y espiritualidad cristiana dar asistencia y hospedaje al forastero (cfr.
Mt 25,35 y ss.) forma parte de nuestra espiritualidad y modo de ser cristiano.
Abrir
nuestras fronteras ante este drama humanitario del siglo XXI no es poco, pero
tampoco es suficiente. La verdadera solidaridad nos debiera empuja más allá del
solo recibir y la atención primaria, que siempre será necesaria, nos debiera
poner en situación de escucha y participar de sus sueños y proyectos porque los
que vienen hasta nosotros, casi siempre vulnerables, nos pueden
enriquecer.
La parte que nadie quitará
Los
creyentes del Evangelio son aquellos que, como dice San Juan, escuchan la
Palabra de Dios y la ponen en práctica. El Evangelio no es una doctrina, sino
un camino de sanación, de curación y de liberación. Según San Pablo, el primer
órgano del cuerpo humano implicado en el Evangelio es el oído, ya que es en la
escucha cuando la fe, que habita en nuestro interior, puede ser despertada. El
Evangelio es vida porque es Palabra de Dios. La fe despertada, vivida y
celebrada es la que crea y forma la Iglesia, comunidad de los creyentes.
La
fortaleza de la Iglesia reside en el coraje y vigor de la escucha de la Palabra
de Dios, una escucha atenta y fiel a las palabras de Jesús porque sus dichos y
palabras son verdad y llevan el sello de la vida eterna. Esforzarse por
escuchar la Palabra de Dios es algo serio; el que se compromete con esa escucha
se pone en situación de riesgo, lo saca de sus quehaceres cotidianos y lo
proyecta en ese ‘misterio escondido’ de Dios que no es sino su amor
misericordioso por cada uno de nosotros.
San
Pablo en la Carta a los Romanos (8,35) se preguntaba quién o qué podría
separarnos del amor de Dios, su respuesta fue que nada ni nadie. Dios hizo su
tienda entre nosotros, el Espíritu del Señor resucitado es quien da aliento y
sentido a todos los creyentes del Evangelio, es quien hace Verdad nuestras
celebraciones. En la acogida es donde se verifica el amor inmenso de Dios y
hacia Dios. Ojalá que los muchos afanes no nos distraigan de lo verdadero y
esencial.
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