Lectura
del santo evangelio según san Mateo 10, 34-11,1
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la tierra a
sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al
hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los
enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que
quiere a su padre o a
su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija
más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno
de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la
encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe
recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta
tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga
de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a
uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os
lo aseguro.»
Cuando
Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para
enseñar y predicar en sus ciudades.
Reflexión
del Evangelio de hoy
Los
egipcios llegaron a temer a los hijos de Israel
El Éxodo
es el libro de la gran epopeya de la liberación del pueblo de Israel de la
opresión de del poderoso Egipto. Estamos en los comienzos del libro y la
lectura de este día nos describe la situación de sometimiento y esclavitud que
vive el pueblo de Israel. Son la mano barata que el faraón usa para su
provecho. La explotación y la opresión son la norma que se aplica a los
israelitas. Éstos, sin embargo, mantienen su fidelidad y soportan el trato
vejatorio como forma de expresar que siguen confiando en la bondad de Dios.
Es un
pueblo pequeño, un tanto desarticulado y, sin embargo, sigue multiplicándose.
Ante ello surge el temor en el faraón. Este vislumbra un problema: pueden
llegar a ser más numerosos y aliarse con los pueblos enemigos. Paradójicamente
“llegaron a temer a los hijos de Israel”. La solución que toma el faraón es
acabar con todos los niños varones de los israelitas. Y aquí percibimos, por
una parte, la inquina del faraón aplastando al pueblo con cargas difíciles de
sobrellevar y, por otra la réplica de los israelitas en ese hecho sencillo del
aumento de su población.
Todos
conocemos el final de esta epopeya. La misericordia de Dios, pese a las
infidelidades del pueblo, acaba triunfando y el pueblo será liberado por
Moisés, salvado de las aguas, para salvar a su pueblo y orientarlo hacia la
tierra de promisión. Dios irá enviando jefes que vayan conduciendo al pueblo
hasta convertirse en una nación libre donde reine Yahvé.
El que
quiere a su padre o su madre más que a mí no es digno de mí
Una de
las características de la predicación de Jesús es que nunca edulcora su
mensaje para facilitar su seguimiento. Así nos lo muestra este pasaje. El
texto, por venir de quien desea siempre la paz a quienes encuentra, resulta
desconcertante. Y sí, sorprende que alguien que es el “príncipe la paz”
use esas expresiones tan tajantes. Por supuesto, Jesús no desea la espada, la
división, la lucha. Es un lenguaje radical, sin matices. Hay que destacar que
era la forma semítica de resaltar una idea. Por eso el comienzo del
evangelio afirma que no ha venido a sembrar paz sino guerra. Y esto, más allá
de la sorpresa que nos causa, es algo que se confirma después en la realidad.
Allí donde el Evangelio es vivido de verdad acaba emergiendo un mundo que se
opone a lo que Jesús propone y crea un mundo de división. Cuando el evangelio
cuaja en el ambiente, surge de inmediato la confrontación, la oposición. Así ha
sido a lo largo de toda la historia y así seguirá siendo cuando el evangelio es
vivido íntegramente. Fue lo que le ocurrió a Jesús y lo que ha venido
ocurriendo a lo largo de la historia. El texto, por tanto es como un preanuncio
de lo que irá viniendo.
En esa
misma línea, de no suavizar sus palabras, Jesús completa el texto con el tema
de la cruz. Aparece como el complemento perfecto a lo que ha dicho
anteriormente. El que no abraza su cruz y le sigue no es digno de él. Cargar la
cruz supone, mantenerse fiel a los valores que Jesús trae y oponerse a los
valores que el mundo invita a vivir. La cruz, por tanto, no puede quedar
oculta en otros elementos secundarios. La cruz es signo de vida y no de muerte,
de liberación y no de esclavitud.
Como
colofón de todo ello, al final habla de recompensa. No es sufrir por sufrir. Es
aceptar con amor los riesgos de su seguimiento, desde la seguridad de que, tras
la muerte, viene la resurrección, momento de luz y momento de disfrutar para
siempre de ese seguimiento realizado día a día entre dificultades y
contratiempos, pero vivido siempre desde la fidelidad.
Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/15-7-2019/
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