Lectura
del santo evangelio según san Mateo 9,1-8
En aquel
tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le
presentaron un paralítico, acostado en una camilla.
Viendo la
fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están
perdonados.»
Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.»
Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.»
Jesús,
sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis
mal? ¿Qué es más fácil
decir: “Tus pecados están perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues, para
que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–: Ponte en pie, coge tu camilla y vete
a tu casa.»Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
Reflexión
del Evangelio de hoy
¿Dios nos
pone a prueba?
Llegamos
al culmen del itinerario espiritual de Abrahán. Comenzó cuando Dios introdujo
un giro radical en su historia al pedirle salir de su tierra y asegurarle que
haría de él una gran nación. Dios le había pedido entonces renunciar a su
pasado. Ahora le pide renunciar a su futuro, a su hijo único. Entre uno y otro
momento, un proceso de abandono de sí mismo y crecimiento en la voluntad de
Dios. Al anteponer el amor a Dios al amor a su propio hijo quedó abierta la vía
de la promesa que Dios le había hecho.
El núcleo
del relato no es el mandato de Dios de ofrecer a su hijo en sacrificio ni la
obediencia inicial de Abrahán. Es la orden divina: «No alargues la mano contra
el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios». Abrahán
toma entonces conciencia de estar ante un Dios de vida que no quiere
sacrificios humanos. Su conciencia religiosa se abre hacia el conocimiento y la
fe en un dios distinto a los que eran adorados en el contexto geográfico de los
antepasados de Israel. El auténtico Dios bíblico es el que tiene como
preocupación fundamental la vida y exige a sus seguidores que la respeten.
Se nos ha
enseñado tradicionalmente a entender este texto como una tentación o prueba que
Dios pone a Abrahán. Estaríamos creyendo en un Dios que juega con la fe y con
los sentimientos de sus creyentes, y le atribuiríamos a Él las pruebas que
nosotros encontramos en la vida. Es una imagen que no se corresponde con el
Dios del amor, de la misericordia y de la justicia.
Pensemos
mejor que Dios es el creador de la vida, comprometido con ella y en contra de
todo lo que la amenaza; no pone pruebas pero está ahí para fortalecernos ante
ellas («no nos dejes caer en la tentación»). Quizá la historia de la salvación
comenzó cuando Abrahán, nuestro padre en la fe, creyó contracorriente en ese
Dios.
Levantarnos
de la camilla
También
contracorriente, Jesús enfrenta la mentalidad judía –extendida entre sus
discípulos– que relacionaba la enfermedad con el pecado a causa de alguna culpa
propia o heredada. Por el contrario, para quienes creen en Él el pecado mayor
es la incapacidad de ver la acción liberadora de Dios en las situaciones más
desgarradoras de enfermedad, de marginación.
Jesús
muestra tener el poder de sanar, pero sobre todo el de perdonar, un atributo
divino; lo sabían bien los escribas que decían entre sí: «Este blasfema».
Sanando y perdonando, Jesús cumplía su misión que llega a la raíz misma de la
condición humana necesitada de salvación.
Pero
además la autoridad de perdonar tiene una continuidad: «Para que veáis que el
Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…». La
autoridad de Jesús sigue presente en y por medio de la Iglesia. Quizá este es
el punto esencial que en este pasaje quería transmitir san Mateo a las
comunidades para las que escribió su evangelio y a las de todos los tiempos. Lo
corrobora que indique: «la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a
los hombres tal potestad».
Son
muchas las veces que nos vemos postrados en una camilla, física o
espiritualmente. Pero el Dios de la vida siempre nos ofrece recursos con los
que nos dice: «Ponte en pie». Uno de esos instrumentos de Dios fue Pedro Jorge
Frassati, cuya memoria celebramos hoy. Fue un joven laico dominico italiano que
vivió en el primer cuarto del siglo XX. Muy sensible a la ayuda a los
necesitados, fue probablemente entre ellos como contrajo la enfermedad que le
llevó prematura y rápidamente a la muerte. El papa Juan Pablo II lo beatificó
en 1990 y lo propuso como uno de los patronos de las Jornadas de la Juventud.
Fray José Antonio Fernández de
Quevedo
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/4-7-2019/
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