Lectura del santo evangelio según Jn 20, 24-29
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les
contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo
creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
"Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino
creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le
dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto."
Reflexión del Evangelio de hoy
Participáis en la construcción
La
primera lectura es de la carta a los Efesios, una de las llamadas cartas
pseudo-paulinas. En el libro de los Hch (Hch 18,19-21.23-28;
19,1-20,1.17-38) se narra la evangelización de la ciudad por Pablo desde
el año 54 hasta el 57, dejando una comunidad dinámica que pronto se multiplicó
y evangelizó toda la provincia.
Nuestro
texto pertenece a la primera parte de la carta en que se desarrolla como “los
gentiles también tienen acceso a la salvación y pertenecen a la Iglesia,
edificio de Dios” (2,11-22). El autor afirma que “ya no son extranjeros…
son miembros de la familia de Dios. Están edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús…Con ellos participan de la
construcción de ese edificio para ser morada de Dios, por el Espíritu”.
A
nosotros hoy se nos dirigen estas palabras. Estamos llamados a construir esta
morada de Dios, con otros, sabiendo quienes son nuestros cimientos. La imagen
del edificio construido entre todos es la imagen de la comunidad. Nuestra
responsabilidad es la de construirla día a día, desde el amor sororal y
fraterno. “¿Me va la vida en ello?”.
No seas incrédulo sino creyente
Hoy
celebramos la fiesta de Tomás. Su nombre ya lo encontramos en el relato de la
elección de los doce (Mc 13, 13-18 y paralelos). En los evangelios sinópticos
no aparece nada más de este apóstol. Es Juan el que nos refleja la imagen de
este seguidor de Jesús apareciendo como un discípulo vehemente y valiente en la
resurrección de Lázaro: “Vamos también nosotros y muramos con él” (Jn 11,16); o
como un discípulo inquieto y buscador en la cena de despedida: “Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14,15). Pero quizás lo
más conocido de Tomás sea su incredulidad en una de las apariciones de la
Resurrección de Jesús en este episodio que nos presenta el evangelio hoy.
Nos
encontramos con dos apariciones que ocurren en el mismo lugar pero separadas
con una diferencia de “ocho días” (v. 26). En el primer momento, Jesús se
aparece a los discípulos. Sin embargo, hay un miembro de la comunidad que
no está con los suyos: Tomás. Por eso no se encuentra con el Señor. Es en la
comunidad donde tiene lugar nuestro encuentro con Él. No obstante, los
hermanos, conscientes del regalo recibido no se lo guardan sino que lo
transmiten llenos de entusiasmo a fin de despertar la esperanza dormida del
ausente. Pero su falta de confianza no le permite ir más allá de lo previsible.
No cree en sus hermanos, porque tampoco cree en el Señor, y no cree en el Señor
porque tampoco cree en los hermanos: “Si no veo en sus manos la señal de los
clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo”.
En
el segundo momento, el Resucitado se hace presente de nuevo en medio de la
comunidad, en la que ya no hay ausencias. El Señor se dirige directamente a
Tomás. Responde a su desconfianza mostrándole aquello que reclamaba. El
discípulo se siente despojado de sus seguridades ante una verdad que se le
“impone” y abandonado en la confianza recuperada realiza una preciosa confesión
de fe, reconociendo en Jesús su propio Dios y Señor: “Señor mío y Dios mío”.
Entonces,
Jesus parece que nos mirara a nosotros, a los lectores o escuchantes del texto.
A aquellos que no hemos tenido la oportunidad de vivir y convivir con el Jesús
histórico: “Dichosos los que no han visto y han creído.” A nosotros que hemos
creído por el testimonio entusiasmado de otros, Jesús nos llama dichosos.
Nuestra fe ha nacido y crecido porque una “cadena de testigos ha traído hasta
nosotros la Buena Noticia de Jesús Resucitado”. La fe en Jesús ha de llevarnos
a ser más felices y a comprometernos cada día a que nuestros hermanos, los de
cerca y los de lejos también lo sean. La fe es lo que nos permite ir más allá
de “nuestras puertas cerradas”, de nuestros propios límites, lo que nos
invita a vivir cada día como un regalo, una oportunidad de crecimiento, a
establecer relaciones de comunión, a luchar por la dignidad y los derechos de
nuestros hermanos comprometiéndonos en la denuncia de todo aquello que los
denigra como seres humanos. Como decía Chesterton “el hombre que tiene fe ha de
estar preparado para ser un loco”. ¿Estás dispuesto a ser un loco, una
loca?
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