Lectura
del santo evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Yo soy
la verdadera vida, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da
fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en
mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto
abundante;
porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego lo recogen y los echan al
fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid los que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que
deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
Reflexión
del Evangelio de hoy
El salto
mortal
Cualquiera
que en algún momento de su infancia haya asistido a alguna atracción circense,
posiblemente vivió momentos de verdadero suspense cuando los trapecistas
originaban unas increíbles volteretas en el aire, los espectadores sentíamos el
vértigo de un verdadero “salto mortal”: o no fallaban en el salto o se
precipitaban al vacío. El suspense y el vértigo del salto provocan un sentido
profundo de libertad, como el que ha sido capaz de desafiar la línea del
espacio. La libertad es la raíz de la dignidad y solo es libre quien ha
descubierto que en el salto mortal de la vida, el “amor”, se escribe con
mayúsculas. O amas o se te arruga el alma, que es el vacío existencial de quien
no lo ha logrado.
A Pablo
no le fue fácil ser libre. El suyo fue un salto mortal vertiginoso. Cuando la
ley es la única ley, la muerte puede considerarse una inseparable compañera de
camino; sobre su espaldas pesaban muchas sentencias de muerte
justificadas por la ley. Pablo fue un hombre de objetivos, lo fue en el
judaísmo con una precisión increíble y lo fue en el seguimiento de Jesús con
una audacia que descoloca. La libertad de Pablo supuso el salto mortal de la
“ley por la ley de Dios, a la ley del amor de Dios”. Esta libertad
tiene su raíz en el perdón; se sintió perdonado y experimentó en primera
persona la libertad de la ley, que es el amor y la misericordia. Se descubrió
vivido por Dios: “es Cristo quien vive en mí”, y cambió el horizonte de
la legalidad que mata por la ley del amor que se entrega hasta dar la vida.
Este aprendiz de libertad descubrió que la herida profunda de la
misericordia de Dios le había crucificado con Cristo, encadenando su vida
a los cristos de la historia, "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo?
¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?"- nos dirá en la segunda
carta a los corintios- ; los cristos de la historia que en los recodos
del camino buscan una mano tendida que les rescate de las consecuencias
del verdugo de la ley: pobreza, desahucios, explotación, maltrato, abusos,
soledad, silencios de muerte que sesgan vidas y corrompen historia etc. El
corazón de Pablo se bañó tanto en la misericordia que muerto a la ley vivió
para Dios en la fe del Hijo que le amó hasta entregarse por él. Sin Cristo
Pablo habría acabado destruido por su misma “ceguera legal”.
El doble
salto mortal
Si el
vértigo de un salto mortal es increíble, el doble salto mortal coloca al
espectador en un profundo desasosiego, ¿podrá mantener el equilibrio?
¿Caerá?...y ¡qué seguridad tan fuerte se experimenta cuando se evidencia que el
doble salto se realizó con éxito!
No hay
libertad sin identidad. La fuerza de la fe nos configura con la raíz de nuestro
ser: Cristo. La invitación de Cristo a permanecer en Él, es como un grito
cósmico que desde el primer “hagamos” ha dado consistencia e identidad a
la realidad creada. Para el ser humano, y más concretamente para el cristiano,
la vinculación es “esencial” y configurante: “permaneced en mí y yo en
vosotros” “porque sin mí no podéis hacer nada”. Llamado a dar fruto
abundante, el ser humano es invitado a buscar en las aceras de la vida el
rostro del Crucificado; de lo contrario, sucumbiremos en la “nada
de la vida” (quizá no es una idea muy ortodoxa), que es situarse en el montón de
los sarmientos secos…y dejar que las horas sequen la raíz y nos coloquen en el
vértigo paralizante del miedo a darnos. La identidad que nos transfiere ser
sarmientos de Cristo, es una identidad que nos configura hasta la eternidad.
Somos herederos/as del Reino y no podemos vivir de las ataduras de la ley que
nos convertirían en “hackers de la historia”, estructurados para mirar el mundo
escondidos en seguridades egoístas. La libertad del cristiano es la fiesta del
“banquete” donde se parte y se reparte el Pan de la Vida, que es Cristo y donde
abrazados a su misión pregonamos que Él es la razón de nuestra existencia,
porque sin Él no podemos hacer nada. Es el doble salto mortal que
va más allá de lo creíble y que tiene como garantía: el amor, la otra mejilla,
la oración por los que nos persiguen y calumnian, el amor a los enemigos y como
única referencia la cruz. Si lo logramos con Él y por Él, en nuestras vidas
siempre se escuchará el “aleluya del Resucitado”. “Con esto recibe gloria mi
Padre, con que deis fruto abundante, así series discípulos míos”.
El
taburete o el trapecio
Existe un
subsuelo humano sobre el que pasamos cada día en nombre de la ley y de la
justicia, de la falsa y adormecida economía, que expande el tentáculo de la
pobreza sobre una parte cada vez más creciente de la humanidad. Acostumbrados a
escuchar el dolor, el gemido de la guerra y del hambre, el oído del corazón
apenas lo percibe, el tímpano del alma se ha protegido y el corazón humano ya
no llora. O saltamos desde el trapecio, como lo hicieron Pablo y santa Brígida,
sin miedo a perder la vida y dejar en el camino la huella del amor, de la otra
mejilla, del perdón y la misericordia, de la búsqueda del bien y de la bondad,
de la justicia, la libertad y la dignidad para los pobres, o nos
acomodamos en un mediocre taburete de seguridades y miedos, de indiferencia y
migajas de egoísmo. Si no hemos descubierto que la belleza de Dios es la
belleza del ser humano, comencemos desde ahora a dejarle paso a Él, para que
los sarmientos de nuestra vida nunca, nunca, dejen de permanecer en el que es
el AMOR por excelencia. La humanidad necesita la audacia del trapecio, los
taburetes mediocres ya los encuentra en los escaparates de Ikea o en la mensajería
de Amazon.
Sor Mª Ángeles Martínez, OP
Monasterio de la Inmaculada. Torrente – Valencia
Monasterio de la Inmaculada. Torrente – Valencia
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/23-7-2019/
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