miércoles, 29 de agosto de 2018

Evangelio del día, 29-08-2018 (Vigésimo Primera Semana del Tiempo Ordinario, Año Par)


Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 17-29
En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo habla metido en la cárcel, encadenado.
El motivo era que Herodes se habla casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
-«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró:
-«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre:
-«¿Qué le pido?»
La madre le contestó:
-«La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
-«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Reflexión del Evangelio de hoy
No os canséis de hacer el bien
Esta recomendación de San Pablo es fundamental para entender la misión del cristiano en su entorno vital y, muy especialmente, en la comunidad. Y esto lo dice en nombre de Cristo que, desde el principio de su vida pública, quiso vincular el Evangelio a una comunidad concreta. Hoy esta comunidad es la Iglesia en sus distintas circunscripciones: parroquia, diócesis, orden religiosa, movimiento… Donde dos o más se reúnen en el nombre de Jesús ya queda constituida la Iglesia.
Pero esto no basta. Es necesario implicarse. El bautismo ciertamente nos constituye muy especialmente en hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Somos, por la gracia, sacerdotes, profetas y reyes, pero hemos de ejercer como tales y construir, junto a los demás, la Iglesia en su proyecto del Reino. El cristiano es “otro” Cristo y, como Él, dar testimonio con su vida del Evangelio. Es importante conocer la Palabra. Es importante participar en la eucaristía, pues es el Sacramento por excelencia. Es importante la oración que nos mantiene en la escucha del Señor… pero si todo eso no nos lleva a implicarnos en la Iglesia y en el mundo, seremos como esos cristianos que critica San Pablo y que suponían una rémora para la comunidad.
Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo
San Marcos nos narra con detalle la muerte del último gran profeta del Antiguo Testamento: Juan el Bautista. Juan muere, ciertamente, como un Profeta, es decir, como la persona que hace presente a Dios con su palabra y sus gestos, que ha comprometido su vida en esta misión y no le duelen prendas en denunciar las injusticias. Por el contrario, Herodes era un gobernante corrupto al servicio de los romanos y de sus propios intereses.
Sin embargo, Herodes, nos dice San Marcos, “temía” y “respetaba” al Profeta y, por tanto, a Dios y su Justicia, pero eso no le impidió asesinarle ante la presión de su esposa, hijastra y comensales, es decir, el “establishment” del mal, ante el que pronunció el “seudojuramento”, es decir puso su propio interés por encima del de Dios, que decía “respetar”.
En nuestro mundo abundan los “Herodes” y escasean los profetas. De hecho, la mayoría de estos últimos han sido asesinados o silenciados. Nos indignan hoy los casos de corrupción en el gobierno, las administraciones del estado, en la propia Iglesia, pero quizá tendríamos que mirarnos más las manos y el corazón para cerciorarnos de que no están manchados… Y es que es muy fácil dejarse llevar por nuestros seudojuramentos, es decir, por poner mi ego como garantía de fidelidad, a pesar de que reconocemos y respetamos a Cristo y el Evangelio.
El verdadero respeto a Dios implica la vida, toda la vida.
¿Me implico en la Iglesia o simplemente estoy?
Ante tanta corrupción, ¿me miro mis manos y mi corazón?
¿Temo y respeto a Dios o trato, más bien, de silenciar a sus Profetas?

D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/29-8-2018/

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