En la homilía de la Santa Misa de Miércoles de Ceniza, el Papa
Francisco señaló que el tiempo de Cuaresma es el tiempo propicio para afinar
los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva,
alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. Dijo que las tentaciones
a las que estamos expuestos son múltiples y que cada uno conoce las
dificultades que tienen que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las
vicisitudes cotidianas, se alzan voces que aprovechándose del dolor y la
incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza.
Recalcó que la Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas
tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir, al palpitar del Corazón
de Jesús. “Toda esta liturgia está impregnada con ese sentir y podríamos decir
que se hace eco en tres palabras que se nos ofrecen para volver a recalentar el
corazón creyente: Detente, mira y vuelve”.
“Detente un poco de esa agitación, de correr sin sentido, que
llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado.
Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina
destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los
hijos (…)”. Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo,
saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don
de la vida y a tanto bien recibido. Detente un poco ante la actitud de fomentar
sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión
y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y
sufrimientos. ¡Detente para mirar y contemplar!”, dijo.
También, el Santo Padre nos pidió mirar los signos que impiden
apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Mirar
el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y
esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y
protección. También mirar el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se
hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos
recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una
cuestión de cálculo o de utilidad.
“Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la
cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se
sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos,
desengaños y desilusión. Mira y contempla el rostro concreto de Cristo
crucificado por amor a todos y sin exclusión. ¿A todos? Sí, a todos. Mirar su
rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer
los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos
invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!”, señaló.
Finalmente, el Santo Padre expresó: “Detente, mira y vuelve.
Vuelve a la casa de tu Padre. ¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y
expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera. (…)
Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Permanecer en el camino del
mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien
distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de
tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19). ¡Vuelve!, sin miedo, a
experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios”.
http://www.iglesiacatolica.org.pe/cep_prensa/archivo_2018/desarrolloinformacion_160218.htm#ss1
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