Lectura del santo evangelio según san
Marcos 8,1-10
Uno
de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a
sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias
conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van
a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le
replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en
despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes
tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo,
tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue
dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.
Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran
también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron
llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se
embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Reflexión del Evangelio de hoy
Jesucristo
es nuestro rey
«Nosotros
somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios» nos
dice San Pablo en I Cor: 3, 9.
Jeroboam
no fue consciente de ello, pronto olvidó que Dios le eligió dándole el
siguiente mensaje: «Yo te tomaré a ti, y tú reinarás en todas las cosas que
deseare tu alma, y serás rey sobre Israel. Y si prestares oído a todas las
cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, e hicieres lo recto delante
de mis ojos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi
siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David,
y yo te entregaré a Israel.» (1 Reyes 11:37-38).
Pero
Jeroboam pronto olvidó el buen consejo de Dios, y con arrogancia dio prioridad
a sus propios deseos e intereses. Aún con todo Dios, en su infinito amor,
permitió a Jeroboam ver señales que le hicieran recapacitar y volverse de sus
malos caminos, pero Jeroboam hizo caso omiso de ellos.
Pero
nosotros, para no caer en el mismo error que Jeroboam, debemos tener el corazón
de un niño, debemos ser «pobres en el espíritu» (Mt 5, 3), para reconocer que
no somos autosuficientes, que no podemos construir nuestra vida nosotros solos,
sino que necesitamos de Dios, necesitamos de su gracia para buscarle, encontrarle,
escucharle, hablarle.
La
oración nos abre la mente y el corazón para recibir el don de Dios, su
sabiduría, que es su Santo Espíritu, nos ayuda a hacer vida, en nuestro diario
vivir, la voluntad del Padre, encontrando con ello alivio en nuestro caminar hacia
Él.
Jesucristo
es nuestro Rey, pero no tiene el poder de los reyes y de los grandes de este
mundo. Su poder es divino, con el que nos regala la vida eterna, nos libra del
mal, venciendo en nosotros, el dominio de la muerte.
El
poder de nuestro Rey es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal,
ablandar nuestro corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento,
encender la esperanza en la oscuridad más densa. Su Reino de gracia nunca nos
lo impone, siempre nos lo propone respetando nuestra libertad.
Jesús
nos ama
En
el texto evangélico de hoy, queda muy claro que Jesús nos ama y conoce nuestras
necesidades implicándonos, a nosotros mismos, en la búsqueda de soluciones,
estando atentos los unos de los otros, interesándonos por las necesidades de
nuestros hermanos y ayudándoles a encontrar la solución favorable.
De
Jesús aprendemos a cuidar a nuestros hermanos más necesitados procurando, tanto
su bien humano como su bien espiritual. El Señor, con su vida, nos enseñó
a mirar con los ojos del amor, de la fraternidad, de la solidaridad, de
la justicia, de la misericordia, de la compasión… porque nuestro hermano es
nuestro “otro yo” a quien Dios ama infinitamente.
La
humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento deben de ser el
punto de partida, para despertar en nosotros, la compasión y la empatía,
haciéndonos capaces de salir de nosotros mismos para “padecer–con” quien sufre.
Al encontrarnos con nuestros hermanos y al abrir nuestro corazón a sus
necesidades nos hacemos portadores de la salvación y de la bienaventuranza de
Dios.
Debemos
armonizar nuestra mirada con la mirada de Cristo, nuestro corazón con su
corazón. De esta manera, el apoyo amoroso ofrecido a los demás se traducirá en
participación, compartiendo sus esperanzas y sufrimientos, haciendo visible, y,
casi tangible por una parte, la misericordia infinita de Dios hacia cada ser
humano, y, por otra parte nuestra fe en él.
La
autenticidad de nuestra fraternidad la manifestaremos atendiendo a las
necesidades de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. De esta
manera proclamaremos la bondad y misericordia de Dios, no sólo con palabras
sino, sobre todo con nuestra propia vida. Y, para que nuestra fraternidad sea
más útil y provechosa, debemos sazonarla con constante espíritu de oración
y gran confianza en Dios.
Jesús,
al morir en la cruz, nos reveló el amor misericordioso de Dios Padre,
indicándonos el único camino posible para llegar a ser testigos creíbles de Su
infinito Amor siendo, este Amor, la fuente de la verdadera fraternidad entre
todos los hombres.
Celebramos
hoy la memoria de Santa Escolástica, monja benedictina dedicada a escuchar al
Señor, en medio de una vida humilde, retirada, desconocida, vida concentrada
enteramente en los secretos del corazón, y en la escucha de Dios que habla
en el silencio del corazón. Fue hermana melliza, según se cree, de San Benito.
Santa Escolástica encarna en su vida el poder de la fe y de la oración.
Monjas Dominicas
Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/10-2-2018/
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