Palabra
de Dios: “La escuchamos con los oídos y pasa al corazón”
Francisco Invita A Los Niños A Subir Al Papamóvil © Vatican Media
(ZENIT – 31 enero
2018).- “La Palabra de Dios se abre camino dentro de nosotros”, ha anunciado
Francisco. “La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no se queda en
los oídos; tiene que llegar al corazón y del corazón pasa a las manos, a las
buenas obras”.
El Santo Padre ha dedicado la 7ª catequesis sobre la Santa Misa a la
liturgia de la Palabra, esta mañana en la Audiencia General, 31 de enero de
2018, celebrada en la plaza de San Pedro.
El Santo Padre inició un ciclo
de catequesis sobre la Eucaristía el pasado 8 de noviembre de
2017. La última reflexión del
Papa dentro de este ciclo estuvo dedicada a los ritos de introducción de la
Misa, y fue pronunciada el 10 de enero de 2017.
Francisco se ha referido a la Sagrada Escritura como “palabra viva”: Las
páginas de la Biblia dejan de ser un escrito para convertirse en “palabra viva,
pronunciada por Dios” –ha afirmado– “Es Dios que, a través de la persona que
lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que lo escuchamos con fe”.
Es el Señor quien nos habla
“¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios!”, ha advertido el Pontífice.
“Sustituir esa Palabra con otras cosas empobrece y compromete el diálogo entre
Dios y su pueblo en oración”.
“He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico porque es la
noticia del día –ha narrado el Papa–. “¡No! El periódico se puede leer después.
Pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla”.
RD
Sigue la catequesis completa del Santo Padre, pronunciada esta mañana en
italiano, en la Audiencia General, y traducida al español por la Oficina de
Prensa de la Santa Sede.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Después de
hablar sobre los ritos de introducción consideramos ahora la Liturgia de la
Palabra, que es una parte constitutiva porque nos reunimos para escuchar lo que
Dios ha hecho y todavía tiene la intención de hacer por nosotros. Es una
experiencia que tiene lugar “en vivo” y no de oídas, porque “cuando se leen las
sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo,
presente en la palabra, anuncia el Evangelio.” (Instrucción General del
Misal Romano, 29, ver Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas veces
mientras se lee la Palabra de Dios, se charla: “Mira ése, mira ésa, mira el
sombrero que se ha puesto aquella: es ridículo”. Y se empieza a comentar. ¿No
es verdad? ¿Hay que hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios?
(responden: “¡No!). No, porque si charlas con la gente no escuchas la Palabra
de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera lectura, la
segunda, el salmo responsorial y el evangelio- tenemos que escuchar, abrir el
corazón, porque es Dios mismo quien nos habla y no tenemos que pensar en otras
cosas o decir otras cosas ¿De acuerdo? Os explicaré que pasa en esta Liturgia
de la Palabra.
Las páginas de la Biblia dejan de ser un escrito para convertirse en
palabra viva, pronunciada por Dios. Es Dios que, a través de la persona que
lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que lo escuchamos con fe. El Espíritu,
“que habló a través de los profetas” (Credo) e inspiró a los autores sagrados,
hace que “la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que
suena en los oídos” (Leccionario, Introd., 9). Pero para escuchar la Palabra de
Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir la palabra en el
corazón. Dios habla y nosotros lo escuchamos, para después poner en práctica lo
que hemos escuchado. Es muy importante escuchar. A veces, quizás, no entendemos
del todo porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos habla
igual de otra manera. (Hay que estar) en silencio y escuchar la Palabra de
Dios. No lo olvidéis. En misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la
Palabra de Dios.
¡Necesitamos escucharlo! Es, efectivamente, una cuestión de vida, como
bien recuerda la certera frase “no solo de pan vive el hombre, sino de
cada palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). La vida que nos da la
Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de
la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. La mesa
litúrgica es una mesa abundante, servida en gran parte con los tesoros de la
Biblia (véase SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento porque en
ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (véase
Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas
presentes en los tres ciclos dominicales que, a la luz de los Evangelios
sinópticos, nos acompañan durante el año litúrgico: una gran riqueza. Aquí
también deseo recordar la importancia del Salmo responsorial, cuya función es
favorecer la meditación sobre lo que se ha escuchado en la lectura que lo
precede. Es bueno que el salmo se valorice cantando al menos en la
respuesta (véase OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).
La proclamación litúrgica de dichas lecturas, con los cantos procedentes
de la Sagrada Escritura, expresa y fomenta la comunión eclesial, acompañando el
camino de todos y cada uno de nosotros. Así se entiende porqué algunas decisiones
subjetivas, como la omisión de las lecturas o su sustitución por textos no
bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el
periódico porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra
de Dios!. El periódico se puede leer después. Pero allí se lee la Palabra de
Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra con otras cosas
empobrece y compromete el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Por el
contrario, (se requiere) la dignidad del ambón y el uso del Leccionario,
la disponibilidad de buenos lectores y salmistas. Pero hay que buscar buenos
lectores, que sepan leer, no esos que leen (tragándose las palabras) y no se
entiende nada. Es así. Buenos lectores. Tienen que ensayar antes de misa para
leer bien. Y así se crea un clima de silencio receptivo.
Sabemos que la palabra del Señor es una ayuda indispensable para no
perdernos, como reconoce el salmista que, dirigiéndose al Señor,
confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Sal
119,105). ¿Cómo podríamos enfrentar nuestra peregrinación terrena, con sus
fatigas y sus pruebas, sin ser nutridos e iluminados regularmente por la
Palabra de Dios que resuena en la liturgia?
Ciertamente, no es suficiente escuchar con los oídos, sin recibir la
semilla de la Palabra divina en el corazón, para que dé fruto. Recordemos la
parábola del sembrador y los diferentes resultados según los diferentes tipos
de terreno (véase Mc 4, 14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la
respuesta, necesita corazones que se dejen cultivar y trabajar, para que lo que
se escucha en la misa pase a la vida cotidiana, según la admonición del apóstol
Santiago: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis solo con oírla,
engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). La Palabra de Dios se abre
camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no se
queda en los oídos; tiene que llegar al corazón y del corazón pasa a las manos,
a las buenas obras. Este es el recorrido de la Palabra de Dios: de los oídos al
corazón y a las manos. Aprendamos estas cosas. ¡Gracias!
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