miércoles, 28 de febrero de 2018

El altar es Cristo, el altar es el centro de la misa, recordó Francisco

Miercoles 28 Feb 2018

Ciudad del Vaticano (AICA): Continuando con la serie de catequesis sobre la santa misa, el Santo Padre dedicó hoy, miércoles 28 de febrero, la audiencia general –que tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano, a causa de la ola de frío en Roma- a explicar el significado de la liturgia eucarística: En primer lugar, la presentación del regalo del pan y del vino; “los mismos elementos que Jesús tomó en sus manos”.

Tras oír junto a los fieles el pasaje del Evangelio de san Marcos que presenta la multiplicación de los panes y de los peces, el pontífice señaló que “en la liturgia eucarística, la Iglesia, obediente al mandato de Jesús, hace presente el sacrificio de la nueva alianza sellada por Él en el altar de la Cruz”. “Para ello, usa los mismos signos y gestos que realizó Jesús la víspera de su pasión. El primero es la preparación de los dones, momento en el que se traen al altar el pan y el vino, los mismos elementos que Jesús tomó en sus manos”. 
Tras recordar que en nuestros días los fieles ya no llevan, como otrora, el propio pan y vino para la liturgia, el Santo Padre quiso subrayar el significado espiritual de la presentación de los dones, y en ese sentido, recordó que cuando el obispo realiza la ordenación de un nuevo sacerdote, al entregarle el pan y el vino, le dice: “recibe las ofertas del pueblo santo para el sacrificio eucarístico”. Es decir que “en esta ofrenda espiritual de toda la Iglesia se recoge la vida, los sufrimientos, las oraciones y los trabajos de todos los fieles, que se unen a los de Cristo en una única ofrenda”.
“Por eso es muy bueno -añadió- que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino para que él los deposite sobre el altar. Nos puede parecer poco lo que nosotros ofrecemos, pero ese poco es lo que necesita Jesús para transformarlo en el don eucarístico, capaz de alimentar a todos y de hermanar a todos en su Cuerpo que es la Iglesia”.

“El Señor nos pide poco”, insistió Francisco: “en la vida ordinaria, nos pide buena voluntad; nos pide corazón abierto; nos pide ganas de ser mejores para acoger a Aquel que se ofrece a sí mismo a nosotros en la Eucaristía; nos pide estas ofertas simbólicas que luego serán su Cuerpo y su Sangre”. 
Seguidamente Francisco ahondó sobre el acto de incensar las ofrendas, la cruz y el altar, que realiza el sacerdote, explicando que esto significa que tanto el presbítero como el pueblo manifiestan “el vínculo del ofertorio que une todas estas realidades al sacrificio de Cristo”.

“El altar es Cristo, por lo tanto, siempre mirar hacia el altar que es el centro de la misa”.

“Con la oración sobre las ofrendas, el sacerdote pide a Dios que acepte nuestra pobre ofrenda y que la transforme con el poder del Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo que, como el incienso, sube al Padre, que lo recibe con agrado. Este momento de la Misa está impregnado de una profunda espiritualidad de la donación de uno mismo, que ilumina toda nuestra vida y nuestras relaciones con los demás, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio”.

“En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y se convierta con Él en una sola oferta espiritual agradable al Padre”.+



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