Lectura del santo evangelio según san
Marcos 6, 53-56
En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en
Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se
pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba
Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío
donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase
tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
Reflexión del Evangelio de hoy
Un
templo para Dios y un manto que cura
El
evangelio de Marcos anuncia que el Reino de Dios ya está presente, su presencia
real es Jesús de Nazaret, el hombre que pasó haciendo el bien. La gente
le “reconocía enseguida” y acudían a él para que les dejara tocar “aunque sólo
fuera el borde del manto”. Si en la primera lectura vemos a un rey y los
ancianos, los jefes de las tribus consagrando un templo a Dios. En el evangelio
vemos a un hombre rodeado de enfermos en las plazas de los pueblos, sanándoles
sólo con tocar la orla de su manto. Las dos imágenes contrastan con la
fuerza de los símbolos: el templo, la nube, un hombre Jesús, un manto. La
grandiosidad del templo e importancia de los presentes; frente a la simplicidad
tan tangible de un ser humano y la irrelevancia social de personas enfermas y
marginales. El mensaje de Marcos es claro: Jesús sana, le reconocen las
gentes como el mesías.
Es
su manto, tan sólo tocar la orla de su manto, y recuperaban la salud. En
las plazas hay ahora enfermos, y un hombre con un manto que cura. El
manto, para los judíos, es una prenda especial destinada a la oración, el
talit. Su borde tiene cuatro puntas, que representan las letras que
forman la palabra YHWH. Cada punta tiene ocho flecos, siete que
representan la perfección de Dios, y uno azul que representa los
mandamientos. Y están entrelazados en nudos y vueltas en números determinados
que dan como resultado el versículo “Yahveh nuestro Dios es uno” (Dt
6,4). Para la oración se unen las cuatro puntas, de forma que la persona
queda como metida en una tienda, la tienda del encuentro con Dios.
Hay
un efecto que provoca Jesús, despierta esperanzas dormidas o imposibles, los
débiles y desahuciados salen de sus marginalidades, las gentes los hacen
visibles. Jesús es un templo vivo, Dios se vuelve accesible, cercano,
fuente de vida y salud, de dignidad y humanidad. Donde está Jesús no hay
excluidos, porque bajo su manto, en la tienda de su corazón, caben todos y
todos encuentran salvación. Ahí está su autoridad, esa es la señal de que
es el Mesías esperado.
Hoy
se celebra santa Águeda, una joven martirizada en el siglo III, en Catania (Italia).
Se considera patrona de las mujeres y en su fiesta, es tradición en muchos
pueblos que las mujeres tomen el mando del pueblo o ciudad, salgan a las calles
y hagan celebraciones. Una muchacha fuerte en su fragilidad, que enfrentó
torturas y muerte con entereza y firme, manteniendo su dignidad. “Agueda
iba contenta a la cárcel…” dice la antífona litúrgica. El evangelio de
hoy nos habla de tantos y tantas que permanecen ocultos en el espacio de lo
privado, por considerarlos inferiores o dependientes, incapaces o propiedad de
otros. Hacer presente el Reino de Dios hoy, y siempre, nos exige sacarles
a la luz, al espacio público, devolverles la dignidad, descubrir esa fuerza
enorme y la belleza y bondad que Dios ha puesto en cada uno.
El
templo de Dios es el lugar donde cada uno expresa su alabanza, donde se trabaja
por la justicia y la dignidad, donde todos se ponen al servicio y se entregan
creando fraternidad y comunión. Es el lugar donde Dios se hace presente y
es posible tocar la orla de su manto. Hagamos posible ese selfie en el que
salimos todos, todos ¿por qué no?
Hna. Águeda Mariño Rico
O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/5-2-2018/
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