Por indicación de S.E. Sr. Card. Marc
Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la CAL,
le hacemos llegar una iluminadora reflexión acerca del valor y el alcance de la
oración en estos momentos de crisis. El Card. Ouellet lo hace a traves de
una carta dirigida a las Hermanas Clarisas de Asís, con fecha de hoy, 25 marzo,
Solemnidad de la Anunciación del Señor.
Le rogamos su difusión, por lo medios
que Usted considere oportuno.
En comunión de oraciones, en Cristo y
María,
Cordialmente,
Andrea Romero S.
Secretaría CAL
CARDENAL MARC
OUELLET
Prefecto
de la Congregación para los Obispos Presidente de la Comisión Pontificia para
América Latina
LA HORA DE LA VIDA CONTEMPLATIVA
Reverenda
Madre Priora
Protomonasterio
de las Hermanas Clarisas de Asís.
Querida
Madre Agnès, Me ha llamado a propósito de la pandemia del coronavirus. Ha sido
justo cuando el Papa Francisco pedía a las familias en confinamiento
involuntario que sus corazones traspasasen las paredes de sus hogares. Cor ad
cor loquitur nos hemos ayudado mutuamente a reaccionar con fe y Usted me ha
pedido que escribiese algunas palabras a sus hermanas de Comunidad.
Lo
hago con mucho gusto por la amistad que nos une, pero sobre todo lo hago en
nombre de Jesús que un día os llamó al confinamiento voluntario por amor.
¿Acaso no habéis sido bendecidas al caminar con Él en el corazón de la Iglesia
peregrina, abriendo cada vez más vuestras almas a los secretos de Su Corazón? A
veces la gente piensa que habéis huido del mundo para disfrutar tranquilamente
de la amistad de Dios. La actualidad nos libera de esta mirada parcial. Porque,
en esta hora en la que –a pesar del heroísmo de cuantos sirven en la sanidad
pública–, tantas familias sufren la enfermedad y la muerte de sus seres
queridos en la soledad sin poder acompañarlos ni decirles adiós, vosotras,
contemplativas del Crucificado, estáis en las cabeceras de sus camas, vosotras,
a quienes el Espíritu dilata el corazón hasta las fronteras más ocultas de la
humanidad sufriente.
Querida
Madre Agnès, esta pandemia que nos confina en casa, es vuestra hora, la hora de
la vida contemplativa que devuelve a la humanidad y a la Iglesia a Dios, a lo
esencial de la fe, a la oración y a la comunión en el Espíritu. Vosotras,
esposas del Cordero inmolado, estáis maternalmente inclinadas sobre los
agonizantes del día y sobre los desesperados de la noche, e imploráis sobre
todo dolor y toda muerte la consolación de la Esperanza que no defrauda.
Vuestra presencia discreta y difusa, llevada por el Soplo del Resucitado y los
efluvios de Su Amor nupcial, es un bálsamo de ternura y de paz sobre las
heridas de todo hermano y hermana en la humanidad.
¿Cómo
será esto? pregunta una generación paralizada por la mundialización de la
indiferencia y cegada por el culto a Mammón. Y sin embargo, ante la gran prueba
actual, cada conciencia es interrogada por este parón mundial que se parece una
cuaresma universal. El miedo al incontrolable contagio, el desplome financiero
de la bolsa y la parálisis social obligan a plantearse preguntas más
esenciales. Un día la Virgen de Nazaret, conturbada por el Anuncio del Ángel,
hizo una pregunta vital para toda la humanidad: ¿Cómo será esto, puesto que no
conozco varón? La respuesta divina, inédita, cayó del cielo: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; respuesta
que inauguró la última etapa del designio de Dios, su desposorio con su
criatura en Jesucristo, Aquel que levanta a su esposa creada a las más altas
cimas del Amor.
Este era el sueño de la Sabiduría divina en
los orígenes de la creación, cuando el Espíritu aleteaba sobre las aguas
primordiales, preparando el jardín del Edén para la felicidad de la familia
humana. Yahvé me creó primicia de su actividad, antes de sus obras antiguas.
Fui engendrada cuando no existían los océanos (Pr 8, 22.24). Su Sabiduría no se
desorientó en absoluto por la locura humana, supo traerla de vuelta de su
extravío mediante la locura de Amor de Jesús hasta la muerte en Cruz. Por eso
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre, para que
en su Nombre podamos también nosotros participar en las prerrogativas de su
amor creador y redentor.
Queridas
hermanas y queridas almas contemplativas que preserváis la esperanza de nuestra
tierra amenazada, el Amor del Redentor que os ha desposado, este Amor sin
fronteras ni límites en la libertad del Espíritu, os permite volar alto y lejos
como palomas 3 mensajeras de Paz y de Esperanza. El Amor que ha cargado sobre
sí nuestros dolores y nuestras culpas, que ha sido “hecho pecado por nosotros” (2
Co 5, 21) y que ha vencido al mal, a la muerte y al Infierno por su obediencia,
este Amor inmolado y vencedor os lleva consigo en su carrera hacia las víctimas
más sufrientes de su cuerpo místico.
Santa
Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), destinada al infierno de Auchwitz,
lo expresó un día de esta manera: ¿Oyes el gemir de los heridos en los campos
de batalla? ¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? ¿Te conmueve el llanto,
la sed y el dolor de los hombres? ¿Deseas estar cerca de ellos, ayudarles,
consolarles y aliviar sus heridas más profundas?
Abraza
a Cristo. Si estás esponsalmente unida a Él, su sangre correrá por tus venas,
su sangre preciosa que sana, redime, santifica y salva. Unida a Él estarás
presente en todos los lugares de dolor y esperanza (Ave Crux, Spes unica, 14 de
septiembre de 1939).
En
los días de aquella espantosa tribulación, Etty Hillesum, otra judía
sacrificada, que desbordaba una alegría enteramente cristiana por su
descubrimiento de la fe, abrazaba tiernamente a su Dios para socorrerle, pues
lo sintia herido por un odio incomensurable.
Es
cierto que no todos somos almas de élite, que el peso de nuestras culpas
entorpece las alas de nuestra compasión, pero, ¿no está envuelta nuestra vida
contemplativa en la ofrenda inmaculada de María indisolublemente unida al
sacrificio pascual de su divino Hijo? ¿De qué sirve, pues, entristecerse
pesadamente de nuestros pecados? Olvidémonos de nuestra propia miseria y no
tengamos ojos más que para esta Alianza infinitamente fecunda de la que
nosotros llevamos al mundo el gozoso testimonio. Desde el confinamiento
voluntario de nuestras almas escondidas en las grietas de la roca, ¿no somos
acaso la Iglesia esposa dedicada al culto de Dios Esposo en representación de
toda la humanidad, aguardando ardientemente su retorno como los centinelas de
la aurora?
Queridas
contemplativas de la Pasión del Señor, halláis en sus sufrimientos de Amor a
toda la humanidad y a toda la divinidad reunidas en una sola carne. Estáis 4
amorosamente presentes a Dios y en Dios a toda la Creación que Él lleva en su
mano soberana. Enamoradas del Amor, movéis las estrellas, desplazáis las
montañas, irrigáis la tierra de aguas vivas subterráneas y purificadoras,
inclináis el corazón de los Ángeles y de los hombres hacia la paz en la
historia, embellecéis a la Iglesia con flores y frutos sabrosos, en definitiva,
alegráis el Corazón de la Santísima Trinidad a través de vuestra sonora
alabanza a la Gloria de Su Amor.
Porque
vosotras estáis en la vanguardia de la Iglesia en todos los combates del
Espíritu, nosotros, sacerdotes y laicos enfrentados a las urgencias del
hospital de campaña, levantamos los ojos hacia la luz que brilla sobre los
tabores de vuestros claustros. Resistimos en la llanura sostenidos por vuestra
escucha a Jesús y por vuestros brazos levantados hacia el cielo. Vuestra vida
ilumina nuestra vida y nos vivifica con esta Vida divina para darla a los
mendigos de este mundo. Que Aquel cuya intimidad colma y sobrepasa todos los
deseos os bendiga y os llene de su gracia. Tenednos presentes en vuestra
oración con el Sucesor de Pedro que os suplica le sostengáis siempre y
sobretodo en esta hora de pandemia.
Querida
Madre Agnès, en este tiempo inédito de cuaresma y de esperanza, quedo unido y
agradecido por su llamada, dichoso por esta comunión más profunda que vuelve a
encender nuestra esperanza en Cristo resucitado. ¡Gloria a Dios, Gracias a
vosotras, Paz en la tierra probada!
Marc Cardenal
Ouellet
Vaticano, 25 de
marzo de 2020, Solemnidad de la Anunciación del Señor
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