Día litúrgico: Domingo XXVII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,5-10): En aquel tiempo,
los apóstoles dijeron al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si
tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.
»¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando
y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No
le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que
haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que
agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros,
cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles;
hemos hecho lo que debíamos hacer’».
Comentario: + Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona,
España).
«Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer»
Hoy, Cristo nos habla nuevamente de servicio. El Evangelio
insiste siempre en el espíritu de servicio. Nos ayuda a ello la contemplación
del Verbo de Dios encarnado —el siervo de Yavé, de Isaías— que «se anonadó y
tomó la condición de esclavo» (Flp 2,2-7). Cristo afirma también: «Yo estoy
entre vosotros como el que sirve» (Lc 22,27), pues «el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos» (Mt
20,28). En una ocasión, el ejemplo de Jesús se concretó realizando el trabajo
de un esclavo al lavar los pies de sus discípulos. Quería dejar así bien claro,
con este gesto, que sus seguidores debían servir, ayudar y amarse unos a otros,
como hermanos y servidores de todos, tal como propone la parábola del buen
samaritano.
Debemos vivir toda la vida cristiana con sentido de
servicio sin creer que estamos haciendo algo extraordinario. Toda la vida
familiar, profesional y social —en el mundo político, económico, etc.— ha de
estar impregnada de este espíritu. «Para servir, servir», afirmaba san Josemaría Escrivá; él quería dar a
entender que para “ser útil” es preciso vivir una vida de servicio generoso sin
buscar honores, glorias humanas o aplausos.
Los antiguos afirmaban el “nolentes quaerimus” —«buscamos
para los cargos de gobierno a quienes no los ambicionan; a quienes no desean
figurar»— cuando había que hacer nombramientos jerárquicos. Ésta es la
intencionalidad propia de los buenos pastores dispuestos a servir a la Iglesia
como ella quiere ser servida: asumir la condición de siervos como Cristo.
Recordemos, según las conocidas palabras de san Agustín, cómo debe ejercerse
una función eclesial: «Non tam praeesse quam prodesse»; no tanto con el mando o
la presidencia sino, más bien, con la utilidad y el servicio.
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