(Breve Comentario, al Evangelio de
Juan 20, 11 -18)
Inevitablemente, el primer día de la semana nos recuerda
el primer día de la creación, cuando Dios separó las tinieblas de la luz: “y
llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció:
día primero.” (Gn. 1,5).
La búsqueda, protagonizada por María de Magdala, del
cuerpo de Jesús en el sepulcro, acontece según el relato joánico “cuando
todavía estaba oscuro” (Jn. 20,1b). Por elemental observación comprendemos que
es el alba la última hora de la noche en la cual existe a la vez luz y
tiniebla: pues aunque el sol ya ilumina el cielo, su brillo aún no aparece
sobre la tierra.
El alba, en efecto, es la condición interior de María,
buscadora del Esposo. En ella resplandece con una presencia inquietante la luz
del amor, pero paradójicamente también en su alma existe sombrío un malestar,
un vacío triste porque no ve al Amado.
La comunidad amante y creyente que busca entre sombras de
muerte al Señor que irrumpe en la historia con una excepcional y luminosa
alegría, capaz de disipar toda oscuridad de tristeza, temor, angustia,
incertidumbre y pecado… se ve evidenciada en la figura de María Magdalena, la
esposa libertada que busca al Esposo liberador. Finalmente, la redimida y el
Redentor se encuentran.
Sólo cuando nuestro corazón herido a causa del pecado se encuentra
con Él, acontece un salto existencial, espiritual, vivencial y epistemológico,
que hace pasar del llanto angustioso y
nauseabundo a la alegría existencialmente trascendente que es a la vez esencia
y consecuencia de nuestra misma resurrección. Donde no hay alegría, no está
Dios; aunque haya observancia perfecta y justicia, existe la muerte.
En este camino de encuentro y de pascua, en efecto,
descubrimos que es propio de Dios otorgar alegría. En tanto que es propio del
astuto “enemigo” combatirla con todos los medios. Por la gracia y la fe
combatimos alegres y victoriosos.
He aquí una señal segura de la presencia divina, una
certeza de teofanía consoladora que nos
corresponde anunciar como testigos: la alegría de la Pascua es la corona del
amor correspondido.
Pbro. Héctor Gonzalo Tuesta Encina
Prelatura de Caravelí
No hay comentarios:
Publicar un comentario