Virgen y Mártir.
Martirologio Romano: En Bolsena, ciudad de la
Toscana, santa Cristina, virgen y mártir (s. inc.)
Etimológicamente: Cristina = Aquella que sigue a
Cristo, es de origen latino.
Nació en Toscana, en la margen derecha del lago Bolsena,
en un villorrio frecuentemente sacudido por elementos naturales y al mismo
tiempo transformado por diversas culturas en el transcurso del tiempo.
Cristina es la hija de Urbano, gobernador pagano de la
región y presentado por los libros antiguos como enemigo acérrimo de los
cristianos. La niña se ha aficionado desde pequeña a aquello que cuentan de ese
Cristo tan perseguido y maltratado; la curiosidad primera se cambia en
pensamiento cuando descubre que son muchos los cristianos juzgados por su padre
y condenados porque son fieles dispuestos a dar la vida por su ideal. Crece más
y más la simpatía y a escondidas busca datos de unas señoras cristianas; la
instruyen y la forman; se bautiza en secreto y toma el nombre de Cristiana.
Entre juego y travesura formal ha hecho algo que saca de
quicio a su padre y será el motivo que la lleve al martirio; no se le ha
ocurrido otra cosa que apañar las estatuillas de ídolos que su padre siempre ha
conservado con esmero, casi como un patrimonio familiar, las ha tomado por
suyas, las ha destrozado y ha dado el rico material de que estaban hechas a los
pobres para remedio de su necesidad.
El padre ha descubierto su condición y lleno de ira, al
notar la rebeldía de la niña, la trata con peores modos que a los demás
cristianos. "No se ha de decir en el mundo que una niña me dio la ley, ni
que estos hechiceros de cristianos triunfan de nuestros dioses en medio de mi
propia familia. Yo veré si sus hechizos pueden más que mis tormentos y si la
paciencia de una hija ha de hacer burla de la cólera de un padre". El
gobernador manda usar con ella azotes y garfios admirándose de que Cristina
persista en su actitud. Manda el desnaturalizado padre preparar un brasero
ardiente para quemarla poco a poco; mas el brasero se hizo una hoguera que
abrasó a los verdugos y a los curiosos cercanos. Puesta en la cárcel para que
cambie por la lobreguez de la mazmorra, la oscuridad y el hambre; pero allí es
consolada con luminosas apariciones de ángeles que le curan sus heridas y le
prometen protección. El padre, a los pocos días, manda atarle al cuello una
pesada piedra y arrojarla al lago; sin embargo un ángel la transporta a la
orilla. Esa noche muere de un sofoco Urbano en su cama.
Mandan las autoridades un nuevo gobernador que se siente
estimulado a proseguir el asunto Cristina presumiendo que su padre, por padre,
no supo solventarlo. Se llama Dion y ya piensa en nuevas crueldades: estanque
de aceite hirviendo mezclado con pez del que la niña Cristina es liberada.
Luego la manda llevar al templo de Apolo para obligarle a ofrecer sacrificio,
pero, ante el asombro de todos, el ídolo se derrumba y se hace polvo ante el
mismísimo gobernador que muere en el acto ¡claro que los verdugos y miles de
testigos presenciales proclaman espantados proclaman a gritos que es el de
Cristina el único Dios!
El tercero de los gobernadores poderosos se llama Juliano
quien, preocupado por el caso pendiente, lo ha estudiado con detenimiento
llegando a la conclusión de que se trata de artificios, encantamientos y magia
que todos los cristianos profesan. Por ello maquina nuevos procedimientos para
hacer desistir a la niña Cristina de sus pertinaces rebeldías y conseguir que
el poder romano y los dioses propicios terminen con la situación que ha puesto
al borde del caos a la región. Mandó preparar un horno encendido donde mete a
la niña para que el fuego la consuma; siete días la tiene allí sin conseguir
que le suceda daño alguno. Luego será una habitación oscura plagada de
serpientes, víboras y escorpiones venenosos de la que sale indemne y sin ningún
picotazo, cantando alabanzas a Dios; la desesperación del mandatario llegó
entonces al extremo de decretar cortarle la lengua, pero ¡oh prodigio! ahora
canta más fuerte y mejor.
Y acude, arremolinándose, toda la comarca ante la
contemplación evidente del triunfo que se comenta por todas partes de la
debilidad cristiana ante la fortaleza y brutalidad romana. Basta un tronco
caído en donde atan a la delicada niña para que las saetas atraviesen su cuerpo
y ella decida, suplicándole al buen Dios, rendirle su espíritu con el martirio.
Dicen que sus restos se trasladaron de Toscana a Palermo
de Sicilia donde es reverenciada.
¿Verosímil? Parece más bien como si la vida y la muerte
martirial de Cristina hubiera servido de modelo para expresar la confrontación
entre el bien y el mal, o lo que es lo mismo, entre fe cristiana y paganismo,
entre la frágil niña Cristina y la personalidad experimentada y abrumadora de
tres hombres de gobierno sucesivos -el primero su propio padre- con el mismo
común empeño de demostrar que ellos pueden más. Parece como si se tratara de
exaltar en Cristina aquello que debe ser real en todo cristiano -la fe en su
Cristo y la confianza sin límite en su ayuda constante-, mientras que los
gobernadores representan la obstinación ciega que rechaza el poder cada vez más
evidente, como in crescendo, de Dios. Los verdugos y el pueblo serían los
testigos que en la narración van a testificar con sus reacciones -esas que se
intuyen llenas de emoción compasiva- dónde está la verdad y lo grande que es el
poder de Dios. Da la sensación de que la Passio que narra la muerte de Cristina
intenta también cargar motivos veterotestamentarios en donde parecen inspirarse
algunos hechos que se narran. El hecho histórico del martirio sería la ocasión
que motiva la amplia catequesis. De todos modos, estas consideraciones más
parecen próximas a la labor pasada de los bolandistas; pero, en el caso de que
hubieran sido los hechos tal como expresa la Passio, nos quedaría el regusto de
disfrutar el aroma extraño que desprende la fidelidad del débil a las
exigencias amorosas divinas que no entienden de edades y que perduran más allá
de la muerte.
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