Mártires.
Martirologio Romano: En Córdoba, en la provincia
hispánica de Andalucía, santos mártires Jorge, diácono y monje originario de
Siria, Aurelio y Sabigoto, esposos, y Félix y Liliosa, esposos también, que en
la persecución desencadenada por los sarracenos, deseando dar testimonio de su
fe cristiana, no cesaron de alabar a Cristo en la cárcel, donde fueron
finalmente decapitados.
Aurelio es hijo de un mahometano de los que ocupaban
Córdoba, en España; pero su madre es cristiana y procuró educarlo en la fe
verdadera. Pronto quedó huérfano de padre y madre; una tía suya, también
cristiana, se encargó de hacerlo un hombre. Al llegarle la edad se casó con
Natalia, hija de padres mahometanos pero, convertida al cristianismo, se
bautizó cuando ellos murieron y empezó a llamarse Sabigoto; tienen dos hijas
pequeñas; son ricos y emparentados con gente importante de la ciudad por la
parte mora.
Félix es uno de los amigos de Aurelio y está casado con
Liliosa. A ellos las cosas les van igualmente bien, no por agarenos, sino por
la renuncia que años atrás hizo Félix a la fe de los cristianos; tuvo miedo; no
se atrevió a afrontar la vida con las limitaciones de trabajo, económicas, los
impuestos, la mala perspectiva para los futuros hijos con todas las puertas
cerradas para prosperar y disimuló su fe ante el juez. Por ello no les va nada
mal. Él sigue creyendo en Dios, pero no frecuenta las reuniones, ni participa
en el culto porque no se interprete que da marcha atrás.
Han comenzado a pasar cosas graves en la ciudad emirada en
los últimos tiempos. Los ánimos se han calentado y comenzado a haber gente
muerta por ser cristiana. Primero mataron a un presbítero que se llamaba
Perfecto, luego a otros más; hay gente en la cárcel por su fe cristiana y se
presentan situaciones tan tensas que no se sabe muy bien cómo va a ponerse el
ambiente.
En general, los cristianos de Córdoba están ya hartos de
su deteriorada situación, y han comenzado a presentarse ellos mismos, de modo
espontáneo, al tribunal. Otros piensan que esta es la ocasión de lavar sus
culpas y hasta parece ser el caso de Félix. Los dos matrimonios llevan tiempo
hablando entre ellos de responsabilidades y de fidelidad. Una de las primeras
cabezas cristianas les ha hecho poner en balanza lo que se gana y lo que se
pierde; es ese hombre valiente y docto obispo que se llama Eulogio. Las dos
parejas se animan a ser fieles y más valientes de lo que son.
Cuando el otro día estaba Aurelio en la plaza vió un
espectáculo triste en sí mismo y lamentable; llevaban en un borrico, con gran
alboroto, entre gritos y gestos maldicentes, al bueno de Juan; iba herido, le
pegaban con cuerdas, le insultaban y maldecían por ser cristiano y no bendecir
al Profeta. Llegó a casa y no pudo ocultar su pena por la injusticia, todo en
él era rebeldía por la impotencia; Liliosa escuchó la versión y pronto la conocen
Aurelio y Sabigoto. Ahora los cuatro están dispuestos a buscar solución
definitiva pasando por el martirio; pero deben prepararse bien al momento
decisivo. Primero, Aurelio y Sabigoto deben llevar a sus hijas al monasterio
que fundaron Jeremías e Isabel; ahora es Isabel la abadesa de Tábanos y ella se
encargará de cuidarlas con la dote que pondrán a su disposición; luego, sí,
deben mejorar su oración, sus sacrificios, su amor a Dios. Y así comienza una
nueva dimensión en sus vidas. Los cuatro están a partir un piñón cuando dan
abundantes limosnas con sus bienes, comienzan a dormir en el suelo, practican
el ayuno, visitan a los enfermos y hasta deciden ir -con influencias- a la
prisión para dar algo de consuelo.
Fue allí donde encontraron a Flora, la virgen que es hija
de mahometano y cristiana y a María, monja de Cuteclara y hermana del diácono
Wilabonso, decapitado el siete de junio del año pasado. Ellas están condenadas
a muerte por sacrílegas y parece que lo que esperan es un premio por su alegría
y decisión. Las dos parejas fueron a consolarlas y salieron de la cárcel con
fuego en sus corazones.
Conocieron en el monasterio tabanense a Jorge, un monje
oriental, concretamente de Siria, que pasó veintiséis años en San Sabas, cerca
de Jerusalén, enviado a África para recoger limosnas para mantener a los monjes
que habían quedado allí. Es diácono, amigo de Eulogio, sencillo y servidor de
todos; habla griego, árabe y latín. Se les unió desde entonces, pensando en el
martirio, y ya no se les despega ni de día ni de noche.
Los cinco se han presentado ante el juez; le ponen al
corriente de su fe cristiana al tiempo que afirman la falsedad de la religión
que profesan todos los seguidores de Mahoma. El juez se esfuerza en hacerles
recapacitar sobre su locura; les está haciendo ver la vida que tienen por
delante con promesas de bienes, comodidades y honra. Todo es basura comparado
con Jesucristo a quien desean servir por encima de todo. Les da cinco días de
cárcel para pensar y poder reunir al Consejo porque son personas importantes
por su parentela y él no quiere decidir su suerte. Ante los nuevos jueces,
pareció que tenían ellos más ganas de ser condenados que los jueces en
condenarles. Terminaron degollados, aplicando la ley, por maldecir al Profeta y
declarar abyecta su religión.
Fue el día 27 de julio del año 852.
Dos matrimonios y un fraile dijeron públicamente del modo
más fuerte y claro que es mejor el bien de Cristo que la totalidad de bienes
terrenos. Amén.
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