Día litúrgico: 26 de Julio: San Joaquín y
santa Ana, padres de la Virgen María
Texto del Evangelio (Mt 13,16-17): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros
oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver
lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo
oyeron».
Comentario: Rev. D. Joan BLADÉ i Piñol
(Barcelona, España).
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos,
porque oyen!
Hoy, el Evangelio nos habla de la felicidad. Ciertamente,
el deseo de felicidad es universal para todos los seres humanos. Si uno
pregunta a cualquier persona: «¿Quieres ser feliz?», la respuesta será siempre
la misma: «Sí, quiero serlo». Pero no hay unanimidad a la hora de afirmar en
qué consiste la verdadera felicidad. Jesús nos habla en diversas ocasiones
sobre la auténtica felicidad y sobre dónde la encontraremos. Repitiendo lo que
dice hoy el Evangelio, Jesús afirma que la felicidad se encuentra en el hecho
de poder verlo y de oír sus palabras, porque con Él ha llegado el tiempo
definitivo (cfr. He 1,1-2), de tal manera que, al poner la mirada en su
persona, podemos hablar de un antes y un después.
Así, Dios se sirve de unos elementos humanos como preparación
del nuevo tiempo: por el hecho de formar parte de nuestra historia, el Hijo de
Dios necesita una madre, y ésta será María; la Virgen también necesita unos
padres que fueron Joaquín y Ana. Ellos, sin saberlo, serán los abuelos del
Mesías. Aplicando las palabras de San Pablo a los Efesios (1,9-10), pueden
decir: Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido
realizar en Cristo llevando la historia a su plenitud.
Con razón san Juan Damasceno felicita a los santos esposos con estas palabras: «¡Oh matrimonio
feliz de Joaquín y Ana, limpio en verdad de toda culpa! Seréis conocidos por el
fruto de vuestras entrañas». Qué felicidad para los padres que tienen la suerte
de tener unos hijos que pueden admirar su fidelidad y agradecer su
comportamiento generoso, por el cual recibieron su existencia humana y
cristiana. Pero también qué felicidad para los hijos que tienen la suerte de
conocer más y mejor a Jesucristo, puesto que han recibido de sus respectivos
padres la formación cristiana, con el ejemplo de vida y de oración familiar.
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