Fundadora de la Orden del Santísimo Salvador. Patrona de Suecia y Europa.
Martirologio Romano: Santa Brígida, religiosa, nacida
en Suecia, que contrajo matrimonio con el noble Ulfo, del que tuvo ocho hijos,
a los cuales educó piadosamente, consiguiendo al mismo tiempo con sus consejos
y con su ejemplo que su esposo llevase una vida de piedad. Muerto éste,
peregrinó a muchos santuarios y dejó varios escritos, en los que habla de la
necesidad de reforma tanto de la cabeza como de los miembros de la Iglesia.
Puestos los fundamentos de la Orden del Santísimo Salvador, en Roma pasó de
este mundo al cielo (1373).
Etimológicamente: Brigida = Aquella que es
poderosa y fuerte, el origen es incierto, posiblemente hebreo o céltico
Santa Brígida era hija de Birgerio, gobernador de
Uplandia, la principal provincia de Suecia. La madre de Brígida, Ingerborg; era
hija del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg murió hacia 1315 y dejó
varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años aproximadamente, fue
educada por una tía suya en Aspenas. A los tres años, hablaba con perfecta
claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan
precoces como su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba que de joven había
sido inclinada al orgullo y la presunción.
La Pasión: centro de su vida
A los siete años tuvo una visión de la Reina de los
cielos. A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la
impresionó mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas
palabras: "Mira en qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha
hecho eso, Señor?", preguntó la niña. Y Cristo respondió: "Los que me
desprecian y se burlan de mi amor." Esa visión dejó una huella imborrable
en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de
su vida espiritual.
Matrimonio
Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo
matrimonio con Ulf Gudmarsson, quien era cuatro años mayor que ella. Dios les
concedió veintiocho años de felicidad matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y
cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de Santa Catalina de
Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó la vida de la época, como una
señora feudal, en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de
que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.
En la Corte
Hacia el año 1335, la santa fue llamada a la corte del
joven rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de
Namur. Pronto comprendió Brígida que sus responsabilidades en la corte no se
limitaban al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se
dejaba fácilmente arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero era
irreflexiva y amante del lujo. La santa hizo cuanto pudo por cultivar las
cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de buenas influencias.
Pero, aunque Santa Brígida se ganó el cariño de los reyes, no consiguió mejorar
su conducta, pues no la tomaban en serio.
Las Visiones
La santa empezó tener por entonces las visiones que habían
de hacerla famosa. Estas versaban sobre las más diversas materias, desde la
necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado de paz entre Francia e
Inglaterra. "Si el rey de Inglaterra no firma la paz -decía- no tendrá
éxito en ninguna de sus empresas y acabará por salir del reino y dejar a sus
hijos en la tribulación y la angustia." Pero tales visiones no
impresionaban a los cortesanos suecos, quienes solían preguntar con ironía:
"¿Qué soñó Doña Brígida anoche?"
Problemas familiares
y peregrinaciones
Por otra parte, la santa tenía dificultades con su propia
familia. Su hija mayor se había casado con un noble muy revoltoso, a quien
Brígida llamaba "el Bandolero" y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo
menor. Por esa pérdida la santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf
de Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida por las oraciones, intentó
con más ahinco que nunca volver al buen camino a sus soberanos. Como no lo
lograse, les pidió permiso de ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a
Compostela con su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en
Arras y recibió los últimos sacramentos ya que la muerte parecía inminente.
Pero Santa Brígida, que oraba fervorosamente por el restablecimiento de su
esposo, tuvo un sueño en el que San Dionisio le reveló que no moriría. A raíz
de la curación de Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida
religiosa.
Viuda, vida religiosa, aumentan
las visiones
Según parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio
cisterciense de Alvastra, antes de poner por obra su propósito. Santa Brígida
se quedó en Alvastra cuatro años apartada del mundo y dedicada a la penitencia.
Desde entonces, abandonó los vestidos lujosos, solo usaba lino para el velo y
vestía una burda túnica ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y
revelaciones se hicieron tan insistentes, que la santa se alarmó, temiendo ser
víctima de ilusiones del demonio o de su propia imaginación. Pero en una visión
que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo la dirección del
maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado de Linkoping, quien le
declaró que sus visiones procedían de Dios. Desde entonces hasta su muerte,
Santa Brígida comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro,
quien las consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en
la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al rey
Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las amenazas a
la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y dotó liberalmente el
monasterio que la santa había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión.
En Vadstena había sesenta religiosas. En un edificio
contiguo habitaban trece sacerdotes (en honor de los doce apóstoles y de San
Pablo), cuatro diáconos (que representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho
hermanos legos. En conjunto había ochenta y cinco personas. Santa Brígida
redactó las constituciones; según se dice, se las dictó el Salvador en una
visión. Pero ni Bonifacio IX con la bula de canonización, ni Martín V, que
ratificó los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la canonización,
mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla por la Santa
Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación privada.
En la fundación de Santa Brígida, lo mismo que en la orden
de Fontevrault, los hombres estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero
en lo espiritual, las mujeres estaban sujetas al superior de los monjes. La
razón de ello es que la orden había sido fundada principalmente para las
mujeres y los hombres sólo eran admitidos en ella para asegurar los ministerios
espirituales. Los conventos de hombres y mujeres estaban separados por una
clausura inviolable; tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la
misma iglesia, pero las religiosas se hallaban en una galería superior, de suerte
que ni siquiera podían verse unos a otros.
El monasterio de Vadstena fue el principal centro
literario de Suecia en el siglo XV. A raíz de una visión; Santa Brígida
escribió una carta muy enérgica a Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a
Roma y establecer la paz entre Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de
Francia. El Papa se negó a partir de Aviñón pero, en cambio envió a Hemming,
obispo de Abo, a la corte del rey Felipe, aunque la misión no tuvo éxito. Entre
tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones que los consejos de Santa
Brígida, trató de hacerla intervenir en una cruzada contra los paganos letones
y estonios. Pero en realidad se trataba de una expedición de pillaje. La santa
no se dejó engañar y trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de
la corte, pero no le faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba
sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia.
En Roma e Italia
Había todavía en el país muchos paganos, y Sarta Brígida
ilustraba con milagros la predicación de sus capellanes. En 1349, a pesar de
que la "muerte negra" hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió
ir a Roma con motivo del jubileo de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de
Skeninge y otros, se embarcó en Stralsund, en medio de las lágrimas del pueblo,
que no había de volver a verla. En efecto, la santa se estableció en Roma,
donde se ocupó de los pobres de la ciudad, en la espera de la vuelta del
Pontífice a la Ciudad Eterna. Asistía diariamente a misa a las cinco de la mañana,
se confesaba todos los días y comulgaba varias veces por semana (según era
permitido en aquella época). El brillo de su virtud contrastaba con la
corrupción de costumbres que reinaba entonces en Roma: el robo y la violencia
hacían estragos, el vicio era cosa normal, las iglesias estaban en ruinas y lo
único que interesaba al pueblo era escapar de sus opresores. La austeridad de
la santa, su devoción a los santuarios, su severidad consigo misma, su bondad
con el prójimo, su entrega total al cuidado de los pobres y los enfermos, le
ganaron el cariño de muchos. Santa Brígida atendía con particular esmero a sus
compatriotas y cada día daba de comer a los peregrinos suecos en su casa que
estaba situada en las cercanías de San Lorenzo in Damaso.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a la práctica
de las buenas obras ni a exhortar a los pobres y a los humildes. En cierta
ocasión, fue al gran monasterio de Farfa para reprender al abad, "un
hombre mundano que no se preocupaba absolutamente por las almas". Hay que
decir que, probablemente, la reprensión de la santa no produjo efecto. Más
éxito tuvo su celo por la reforma de otro convento de Bolonia. Allí se hallaba
Brígida cuando fue a reunirse con ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó
a su lado y, fue su fiel colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las
iglesias romanas más relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo
extramuros y la de San Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía el
bellísimo crucifijo, obra de Cavallini, ante el que Brígida acostumbraba orar y
que le respondió más de una vez; en la segunda iglesia se le apareció San
Francisco y le dijo: "Ven a beber conmigo en mi celda". La santa
interpretó aquellas palabras como una invitación para ir a Asís. Visitó la
ciudad y de allí partió en peregrinación por los principales santuarios de
Italia, durante dos años.
Profecías y
revelaciones
Las profecías y revelaciones Santa Brígida se referían a
las cuestiones mas candentes de su época. Predijo, por ejemplo, que el Papa y el
emperador se reunirían amistosamente en Roma. Al poco tiempo así lo hicieron
(El Papa Beato Urbano V y Carlos IV, en 1368). La profecía de que los partidos
en que estaba dividida la Ciudad Eterna recibirían el castigo que merecían por
sus crímenes, disminuyeron un tanto la popularidad de la santa y aun le
atrajeron persecuciones. Brígida fue arrojada de su casa y tuvo que ir con su
hija a pedir limosna al convento de las Clarisas.Por otra parte, ni siquiera el
Papa escapaba a sus severas admoniciones proféticas.
El gozo que experimentó la santa con la llegada de Urbano
a Roma fue de corta duración, pues el Pontífice se retiró poco después a
Viterbo, luego a Montesfiascone y aun se rumoró que se disponía a volver a
Aviñón.
Al regresar de una peregrinación, a Amalfi, Brígida tuvo
una visión en la que Nuestro Señor la envió a avisar al Papa que se acercaba la
hora de su muerte, a fin de que diese su aprobación a la regla del convento de
Vadstena. Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en
Roma, pero el Pontífice no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a
Montefiascone montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general, la
fundación y la regla de Santa Brígida, que completó con la regla de San
Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice. Santa Brígida escribió
tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón, conminándole a
trasladase a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años después de la muerte de
la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa Brígida emprendió
una peregrinación a los Santos Lugares, acompañada de su hija Catalina, de sus
hijos Carlos y Bingerio, de Alfonso de Vadaterra y otros personajes. Ese fue el
último de sus viajes. La expedición comenzó mal, ya que en Nápoles, Carlos se
enamoró de la reina Juana I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa
de Carlos vivía aún en Suecia y el marido de Juana estaba en España; ésta
quería contraer matrimonio con él y la perspectiva no desagradaba a Carlos. Su
madre, horrorizada ante tal posibilidad, intensificó sus oraciones. Dios
resolvió la dificultad del modo más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó
de una fiebre maligna y murió dos semanas después en brazos de su madre. Santa
Brígida prosiguió su viaje a Palestina embargada por la más profunda pena. En
Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada durante un naufragio Sin embargo
durante, la accidentada peregrinación la santa disfrutó de grandes
consolaciones espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.
A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se
detuvo en Chipre, donde clamó contra la corrupción de la familia real y de los
habitantes de Famagusta quienes se habían burlado de ella cuando se dirigía a
Palestina. Después pasó a Nápoles, donde el clero de la ciudad leyó desde el púlpito
las profecías de Santa Brígida, aunque no produjeron mayor efecto entre el
pueblo.
La comitiva llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida, que
estaba enferma desde hacía algún tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y
falleció el 23 de julio de ese año, después de recibir los últimos sacramentos
de manos de su fiel amigo, el Padre Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y
un años. Su cuerpo fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo
in Panisperna. Cuatro meses después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra
condujeron triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia,
Austria, Polonia y el puerto de Danzig.
Santa Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la
abadía por ella fundada, fue canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia, y de Europa.
Visiones y escritos
Uno de los aspectos más conocidos en la vida de Santa
Brígida, es el de las múltiples visiones con que la favoreció el Señor,
especialmente las que se refieren a los sufrimientos de la Pasión y a ciertos
acontecimientos de su época. Por orden del Concilio de Basilea, el Juan de
Torquemada, quien fue más tarde cardenal, examinó el libro de las revelaciones
de la santa y declaró que podía ser muy útil para la instrucción de los fieles;
pero tal aprobación encontró muchos opositores. Por lo demás; la declaración de
Torquemada significa únicamente que la doctrina del libro es ortodoxa y que las
revelaciones no carecen de probabilidad histórica. El Papa Bcnedicto XIV, entre
otros, se refirió a las revelaciones de Santa Brígida en los siguientes
términos: "Aunque muchas de esas revelaciones han sido aprobadas, no se
les debe el asentimiento de fe divina; el crédito que merecen es puramente
humano, sujeto al juicio de la prudencia, que es la que debe dictarnos el grado
de probabilidad de que gozan para que crearnos píamente en ellas."
Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió
siempre sus revelaciones a las autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse
por gozar de gracias tan extraordinarias, las aprovechó como una ocasión para
manifestar su obediencia y crecer en amor y humildad. Si sus revelaciones la
han hecho famosa, ello se debe en gran parte a su virtud heroica, consagrada
por el juicio de la Iglesia.
El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez
en 1492.
Las brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas
de sus revelaciones sobre las glorias de María, conocidas con el nombre de
"Sermo Angelicus", en recuerdo de las palabras del Señor a la santa:
"Mi ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de tus
monasterios deben leer en maitines, y tú las escribirás tal como él te las dicte".
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