16-07-2012 Radio Vaticana
(RV).- El próximo 24 de agosto, se cumplen 450 años de la fundación del Monasterio de San José en Ávila y el inicio
de la reforma del Carmelo por Santa Teresa de Jesús. En la fiesta litúrgica de
Nuestra Señora del Monte Carmelo Su Santidad Benedicto XVI envió su mensaje al
obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo.
El mensaje que consta de 6 puntos destaca su deseo, con
ocasión de esa feliz circunstancia, de unirse a la alegría de la querida
Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que
peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado
en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo
llega al hombre la verdadera renovación de su vida.
El Santo Padre escribe que el Señor animó a Santa Teresa
de Jesús para la fundación en Ávila del monasterio de San José, donde inició la
reforma del Carmelo, y citamos las palabras del Papa en su mensaje: “Enamorada
del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un
santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus
cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su
alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas
sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio”.
Hacia el final de su mensaje Benedicto XVI subraya que
santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien
invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Con esta inspiración el Papa escribe:
“Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila,
para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para
proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María, Estrella de la
evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella
«estrella» que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la reforma
teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo
a todos los hombres”.
(Patricia L. Jáuregui Romero - Radio Vaticano)
Texto completo del mensaje:
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI al Señor Obispo de
Ávila, S.E. Mons. Jesús García Burillo, con ocasión del 450 aniversario de la
fundación del Monasterio de San José en Ávila y el inicio de la reforma del
Carmelo por Santa Teresa de Jesús.
Al venerado Hermano
Monseñor Jesús García Burillo, Obispo de Ávila
1. Resplendens stella. «Una
estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro de la Vida 32,11). Con estas
palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del
monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el
próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años. Con ocasión de
esa feliz circunstancia, quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis
abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en
España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la
espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al
hombre la verdadera renovación de su vida. Enamorada del Señor, esta preclara
mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que
realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas,
sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a
través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y
deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.
2. Dejarse conducir de este modo
por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración.
Ésta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando
muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la Vida 8,5). La
reforma del Carmelo, cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la
oración y tiende a la oración. Al promover un retorno radical a la Regla
primitiva, alejándose de la Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería
propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor,
para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no
extrañarse de tan buen huésped» (Camino de perfección 28,2). El monasterio de
San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores
condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.
3. Santa Teresa propuso un nuevo
estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron «tiempos
recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en ellos, al decir de esta Maestra del
espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos»
(ibíd. 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren
tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No,
hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia»
(Camino de perfección 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que
vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante, hecha hace más de cuatro
siglos por la Santa mística?
El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de
nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era
abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida
evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde
la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por
reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No
fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus
hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las
virtudes» (Libro de la Vida 31,18). En este sentido, Teresa escribe: «Precia
más [nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos
mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (Libro
de las Fundaciones 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta
comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier
el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que
lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.
4. También hoy, como en el siglo
XVI, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea
el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante
dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de
vida vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.
En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila
nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó
sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con
expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada
actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a
través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la
Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo
como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. Libro de la Vida 22,1; Las
Moradas 6,7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el
Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas,
cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de
servicio fraterno y generoso. También es de desear que la plegaria incesante
promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando
peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar
debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto
en su dimensión activa como contemplativa.
La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las
iniciativas para que el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma
posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús
(cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical de su
Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos
haga amigos del Maestro y nos configure con Él. También significa acoger en
todo sus mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la
conducta, la renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o
proceder con sencillez y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean,
percibirán la alegría que nace de nuestra adhesión al Señor, y que no
anteponemos nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra
esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa de Jesús, en filial
obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.
5. A esa radicalidad y fidelidad
nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Ávila. Acogiendo su
hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los
miembros de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a
tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa
de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad
también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús.
No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué
mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le pido que sepáis también responder a
sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación»,
para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca
abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf. Camino de perfección 21,2;
1,2).
6. Santa Teresa supo honrar con
gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del
Carmen. Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en
Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos
oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María,
Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que
aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo la Iglesia con la
reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de
Cristo a todos los hombres. Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopado,
te envío este mensaje, que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus
desvelos pastorales, y muy especialmente a las queridas Carmelitas Descalzas
del convento de San José, de Ávila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de
su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor de Pedro tengo
constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Ávila, imparto con
afecto la Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores celestiales.
Vaticano, 16 de julio de 2012
BENEDICTUS PP. XVI
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