MONICIÓN LA PRIMERA LECTURA
Estremece leer en la primera lectura,
del Libro de Malaquías, el ataque que se hace a los principales de la religión
oficial judía. Se va a repetir lo mismo en el evangelio, por boca de Jesús,
haciendo que las dos lecturas tengan una gran similitud, como es habitual en la
Liturgia. Pero, tal vez, pensemos que no es un mensaje para nosotros y que son
cosas del pasado.
Lectura de la profecía de Malaquías
(1,14–2,2b.8-10):
«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es
respetado en las naciones –dice el Señor de los ejércitos–. Y ahora os toca a
vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre
–dice el Señor de los ejércitos–, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del
camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza
con Leví –dice el Señor de los ejércitos–. Pues yo os haré despreciables y
viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en
las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó
el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la
alianza de nuestros padres?»
Palabra de Dios
Salmo
130,1.2.3
R/. Guarda mi alma en la paz, junto a
ti, Señor
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad. R/.
Sino que acallo
y modero mis deseos,
como un niño
en brazos de su madre. R/.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre. R/.
MONICION DE LA SEGUNDA LECTURA
Revisad vuestra forma de vivir nos pide
San Pablo en la segunda lectura de hoy, que procede, como el domingo anterior,
de la Carta a los Tesalonicenses. Y nos alienta a revisar nuestro estilo de
vida, la entrega a los hermanos, el cariño para con ellos y la forma de
compartir sus problemas. Y hemos de reconocer que todo lo bueno que tenemos ha
surgido de la fuerza del Evangelio y de la acción del Espíritu en vosotros.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Tesalonicenses (29,7b-9.13):
Os tratamos con delicadeza, como una
madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no
sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os
habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y
fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos
entre vosotros el Evangelio de Dios. Ésa es la razón por la que no cesamos de
dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la
acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de
Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.
Palabra de Dios
ALELUYA Mt 23, 9b. 10b
Uno solo es vuestro Padre, el del cielo
y uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
MONICION SOBRE EL EVANGELIO
Ya hemos aludido a la similitud entre
la primera lectura y el Evangelio de San Mateo que se va a proclamar
inmediatamente. Jesús habla con gran dureza de aquellos que se han sentado en
la cátedra de Moisés. Pero ese mensaje es también para nosotros. Sabemos que en
la Iglesia hay miseria, deslealtad, comportamientos que no están en consonancia
con el mensaje de Cristo. Lo malo es que nos quedemos tan tranquilos --lo mismo
que en tiempos de Cristo, criticando a los demás. Tapamos nuestras faltas
hablando de las miserias de los demás.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,1-12):
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Palabra del Señor
Pautas para la homilía
Señor,
mi corazón no es ambicioso, / ni mis ojos altaneros; / no pretendo grandezas /
que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, / como un niño
en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor / ahora y por siempre.
Este
texto del Salmo 130 que proclamamos este domingo 31 del tiempo ordinario nos
sirve para encabezar la propuesta de estas pautas, porque creemos que poco más
se puede sugerir a las y los creyentes desde el ambón esta semana. Poco más
importante que invitar a orar de corazón y a hacer vida lo que proclama el
Salmo: “No pretendo grandezas que superan mi capacidad. Sino que acallo y
modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”.
Sus
palabras nos proponen asumir con realismo y humildad la realidad de nuestras
propias vidas, sentir que somos vulnerables y que estamos necesitados –de la
cercanía de Dios, Padre y Madre; de la ayuda de los demás– para poder vivir. La
metáfora nos es sencilla de reconocer. Todos nos hemos sentido débiles alguna
vez y hemos visto a bebés recién nacidos recibir los cuidados imprescindibles
por parte de su madre. Y a poco que nos detengamos a observar nuestra propia
vida encontraremos ocasiones en que realmente nos hemos experimentado
impotentes y pequeños ante una realidad que nos desbordaba.
Y
también nos recuerda: “Espere Israel en el Señor ahora y por siempre”. Somos
pequeños y debilitados pero nuestro Padre-Madre es el todo bondad y el todo
misericordia dispuesto a y acogernos siempre como al “niño en brazos de su
madre”.
El
mismo Padre se hace presente en la primera lectura, en el libro de Malaquías.
El autor dice: “¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor?
¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de
nuestros padres?". En estos tiempos de desigualdad y pobreza extrema que
viven tantos hombres y mujeres, niños y niñas en el mundo, recordar que somos
todos hijos e hijas del mismo Padre es una voz profética y hasta
contracultural. La Palabra de Dios lo es y así estamos llamadas a predicarla
las personas creyentes.
La
imagen de la madre vuelve a aparecer en las lecturas de este día, esta vez en
la carta a la comunidad de Tesalónica. En ella, Pablo se muestra como esa madre
que cuida de sus hijos y les dice cariñoso: “Os teníamos tanto cariño que
deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias
personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. Parece que este sea el
camino que nos muestra la liturgia y que continúa con la que veíamos el domingo
pasado. Una vez que experimentamos a Dios como Padre y Madre nuestro, no
tenemos otra tarea que vivir de cara a nuestros hermanos y hermanas de esa
misma forma. Y como una madre y un padre dan lo mejor de sus propias vidas a
sus hijos e hijas, así estamos llamados a comportarnos con quienes nos rodean. Entregando
no solo la Palabra, el evangelio que hemos recibido, sino nuestras propias
personas.
Porque
en el otro lado de la vida están quienes actúan como los fariseos y los
escribas que “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en
los hombros” y encima “todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Y no es
así como Jesús nos quiere en el mundo. Por el contrario, nos invita a actuar
como él mismo hizo, en aquella noche santa que recordamos cada día en la
eucaristía y nos dice: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”.
Y
de camino, nos recuerda también algo que hemos recordado en algunas otras
ocasiones: “no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y
todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra,
porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros,
porque uno solo es vuestro consejero, Cristo”. ¿Por qué la literalidad de
la Palabra de Dios no se hace real también para recoger órdenes tan claras de
como esta? Todos y todas somos hermanos, nadie en la tierra puede ser llamado
maestro, ni padre, ni consejero, porque solo el Padre del cielo y Cristo son
nuestro Padre y nuestro consejero.
Dña.
Montserrat Escribano
CPJA-El Levantazo-Valencia
CPJA-El Levantazo-Valencia
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