Lectura
del santo evangelio según san Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, pasando
Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman
Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues
eran pescadores. Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Reflexión del Evangelio de hoy
A
tan sólo dos días para terminar el año litúrgico cristiano, las lecturas de hoy
no suenan a final, sino a inicio, al nacimiento de la vocación cristiana: ser
testigos de Cristo anunciando su Evangelio. Gracias a la fiesta de San Andrés,
intentaremos reflexionar sobre el anuncio del Evangelio y su fuerza.
La
fe nace del mensaje y el mensaje consiste en hablar de Cristo
El
Apóstol Pablo enseña a la comunidad de Romanos palabras de la Escritura como:
«nadie que cree en él (Señor) quedará defraudado» (Sal 25, 3) y «todo el que
invoca el nombre del Señor se salvará» (Jl 3, 5; repetido en Hch 2, 21). El
objetivo es explicar la necesidad del mensaje del Evangelio a todos los pueblos
para que nazca la fe, por la que se alcanza la justificación, la salvación:
creo en Jesús, creo que Dios lo resucitó. Sin embargo, Pablo no se queda sólo
en señalar la importancia del mensaje, sino también en la necesidad de que haya
quien lo predique y de cuál ha de ser su contenido.
Si
el mensaje se hubiera quedado sólo en Israel, quizá hubieran oído algo los
pueblos fronterizos, pero no hubiera llegado hasta los confines del mundo. El
mensaje de Cristo no era para unos pocos, era para todos en todos los lugares
en todos los tiempos. Para ello, Jesús se valió de sus discípulos que, cuando
fueron formados y hubieron vivido la experiencia del Resucitado, los envió
(apóstoles) a anunciar el Evangelio. Esto nos lleva a que para ser apóstol
hemos de ser discípulos aplicados abiertos a la vivencia y al estudio de la
Palabra de Dios. Inundada nuestra vida, nuestra existencia de Cristo, el
mensaje que transmitimos no es otro que al propio Cristo; porque, como dice
Pablo (Gal 2, 20), ya es Cristo mismo quien vive en nosotros. El anuncio del
Evangelio es verdadera Buena Noticia si su contenido es Cristo. ¡Es cierto! En
una ocasión me dijo un fraile dominico: «Si no hablas de Cristo, no sólo estás
perdiendo el tiempo, sino que lo estás haciendo perder. Pero hay algo más
-apuntaba-, podrás mover las emociones con tus palabras, pero las almas (la
persona entera) no verán la salvación y casi -decía- estarás en pecado porque
te estás presentando tú y no lo estás presentando a Él». Me lo dijo muy serio,
pero con una sonrisa amable. Y es cierto, Cristo es el objeto de la fe que
justifica, marca el final de la ley en cuanto medio de justificación y abre un
camino de salvación para todos, sin distinciones. A este anuncio nos demos los
Dominicos por carisma imitando a los Apóstoles y todos los cristianos por el
bautismo. Las palabras de Cristo son la verdadera fuerza de su mensaje. Él no
dijo nada que no hubiera sido indicado por su Padre (Jn 12, 49) y nosotros,
amparados por el Espíritu Santo, debemos hacer lo propio (1 Jn 1, 3) para
mantenernos en comunión con Él y el Padre.
Venid
y seguidme
La
Palabra encarnada es una y única. Andrés, Simón, Santiago y Juan -en el relato
del evangelista Mateo- son capaces de dejarlo todo con una palabra: VEN /
SÍGUEME. ¿Quién de nosotros deja lo que está haciendo si otra persona nos dice
«ven» si no es porque le reconocemos autoridad o porque esperábamos esa
palabra?
El
llamamiento de Jesús, la vocación, exige de nuestra respuesta. La vocación
cristiana tiene tres momentos paralelos con tres palabras de Jesús: un tiempo
de preparación (VEN), al que le sigue un tiempo de formación y convivencia con
Jesús como discípulo (SÍGUEME); finalmente, ser enviado a comunicar el
Evangelio como apóstol (VE). Cristo mismo es la fuerza del mensaje.
¿Anunciamos
el Evangelio con nuestra vida? ¿De quién hablamos? ¿Cómo vivo los momentos de
mi vocación?
D. Juan Jesús Pérez Marcos
O.P.
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén
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