Hoy, más que nunca, se hace necesaria la adoración. Adorar
es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios. Sólo
la verdadera humildad puede reconocer la verdadera grandeza, y reconoce también
lo pequeño que pretende presentarse como grande.
Una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que
se nos propone adorar lo humano dejando de lado lo divino. “Sólo al Señor
adorarás” es el gran desafío ante tantas propuestas de nada y vacío. No adorar
a los ídolos contemporáneos —con sus cantos de sirena— es el gran desafío de
nuestro presente. Ídolos que causan muerte no merecen adoración alguna, sólo el
Dios de la vida merece adoración y gloria.
—Adorar es decir “Dios” y decir “vida”. Adorar es ser
testigos alegres de su victoria, es no dejarnos vencer por la gran tribulación
y gustar anticipadamente de la fiesta del encuentro con el Cordero, el único
digno de adoración y en quien celebramos el triunfo de la vida y del amor sobre
la muerte y el desamparo.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos del Papa Francisco) (Città del Vaticano,
Vaticano).
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