Apóstol de California.
Martirologio Romano: En Monterrey, en California,
beato Junípero (Miguel) Serra, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores,
que pasó por muchas dificultades y pesares predicando el Evangelio entre las
tribus todavía paganas de aquella región, en su propia lengua, y defendió con
gran valentía los derechos de los pobres y de los humildes (1784).
Fecha de
beatificación: Juan
Pablo II lo beatificó solemnemente en Roma, el 25 de septiembre de 1988.
Nacido en Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1713,
Miguel José fue hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Después
de la enseñanza primaria en los Franciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma,
la Capital, e ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de
Junípero en honor de uno de los primeros seguidores de San Francisco. Ordenado
de sacerdote en 1737, Serra fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus
alumnos hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo,
Francisco Palou y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad
del Beato Ramón Llull en 1742, Serra continuó enseñando filosofía y teología y
adquirió gran fama como predicador.
En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San
Fernando, en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus padres su próxima
partida, Serra pidió a un fraile compañero suyo que les informara sobre el
particular. «Yo quisiera poder infundirles la gran alegría que llena mi
corazón», decía. «Si yo pudiera hacer esto, seguro que ellos me instarían a
seguir adelante y no retroceder nunca». Les pedía que comprendieran su vocación
misionera y prometía recordarlos en la oración.
Poco después de su llegada a México, Serra sufrió la
picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la
pierna de la que le resultó una cojera para el resto de su vida. Tras unos
meses en el Colegio de San Fernando, Serra fue destinado a las misiones de
Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho
años, tres de ellos como presidente de las misiones. Llamado a la Ciudad de
México, fue maestro de novicios durante nueve años y continuó su predicación en
las zonas alrededor de la capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de
México y sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio de
San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones, cuya cabecera
estaba en la Misión de Loreto.
En 1769, la Corona de España decidió colonizar la Alta
California (hoy Estado de California en los EE.UU.). Serra fue nombrado
nuevamente presidente; supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego
(1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel
Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan
de Capistrano (1776). Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782).
En 1773 Junípero fue a la Ciudad de México para
entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que
habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California.
La Representación de Serra (1773) ha sido llamada «Carta de los Derechos» de
los indios; una parte decretaba que «el gobierno, el control y la educación de
los indios bautizados pertenecerían exclusivamente a los misioneros». Durante
esta visita a la Ciudad de México Serra escribió a su sobrino, el Padre Miguel
Ribot Serra diciéndole: «En California está mi vida y allí, si Dios quiere,
espero morir».
Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión
de San Diego (1775) apagó el deseo de Serra de añadir nuevas misiones a la
cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California. En todas
estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de
cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la
alimentación y el transporte. Cuando fue capturado el indio que dirigía a los
rebeldes en la Misión de San Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que
perdonara la vida del indio. Los que fueron capturados, fueron eventualmente
perdonados. En la misma carta al Virrey, Serra pedía que «en el caso de que los
indios, tanto paganos como cristianos, quisieran matarme, deberían ser
perdonados». Serra explicaba: «Debe darse a entender al asesino, después de un
moderado castigo, que ha sido perdonado y así cumpliremos la ley cristiana que
nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su
salvación eterna».
Serra pasó los últimos años de su vida ocupado en las
tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras
misiones y a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México,
y con el ansia de fundar las misiones necesarias. Sin embargo, trabajó con gran
fe y tenacidad, aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron de
apodo «el viejo», porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California, pero
Serra trabajó constantemente hasta su muerte el 28 de agosto de 1784 en la
Misión de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general y se convirtió
en el lugar de su descanso definitivo. Los indios y los soldados lloraron la
muerte de Serra y lo llamaban «Bendito Padre». Muchos se llevaban un trozo de
su hábito como recuerdo; otros tocaban medallas y rosarios a su cuerpo.
Poco tiempo después de la muerte de Serra, el Guardián del
Colegio de San Fernando escribía al Provincial de los Franciscanos en Mallorca:
«Murió como un justo, en tales circunstancias que todos los que estaban
presentes derramaban tiernas lágrimas y pensaban que su bendita alma subió
inmediatamente al cielo a recibir la recompensa de su intensa e ininterrumpida
labor de 34 años, sostenido por nuestro amado Jesús, al que siempre tenía en su
mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos por nuestra redención. Fue
tan grande la caridad que manifestaba, que causaba admiración no sólo en la
gente ordinaria, sino también en personas de alta posición, proclamando todos
que ese hombre era un santo y sus obras las de un apóstol».
El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo II tuvo un
encuentro con los Indios nativos americanos en Fénix, Arizona, durante el cual
alabó los esfuerzos de Serra para proteger a los indios contra la explotación.
Tres días más tarde el Papa visitó la tumba de Serra en la Misión de San Carlos
Borromeo y recordó la Representación de Serra en 1773 en favor de los indios de
California. Juan Pablo II dijo que Serra y sus misioneros compartían la
convicción de que «el Evangelio es un asunto de vida y de salvación. Ellos
estimaban que al ofrecer a Jesucristo a la gente, estaban haciendo algo de un
valor, importancia y dignidad inmensos». Esta convicción los sostenía «frente a
cualquier vicisitud, desazón y oposición».
El mismo Juan Pablo II beatificó solemnemente en Roma a
Fray Junípero el 25 de septiembre de 1988.
En los Estados Unidos se lo festeja el 1 de julio, el
resto del mundo lo recuerda el 28 de agosto.
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