Día litúrgico: Domingo XX (B) del tiempo ordinario.
Texto del Evangelio (Jn 6,51-58): En aquel tiempo,
Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de
este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la
vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos
a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis
la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo
en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre,
también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como
el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para
siempre».
Comentario: Rev. D. Homer VAL i Pérez
(Barcelona, España).
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este
pan, vivirá para siempre
Hoy continuamos con la lectura del Discurso del pan de
vida que nos ocupa en estos domingos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»
(Jn 6,51). Tiene una estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de
ricas enseñanzas. ¡Qué bonito sería que los cristianos conociésemos mejor la
Sagrada Escritura! Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios que se nos
da como verdadero alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y
hambrientas de eternidad. Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura
capaz de cambiar los corazones.
Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí
mismo diciéndonos que es Pan. Y el pan, como bien sabemos, se hace para
comerlo. Y para comer —debemos recordarlo— hay que tener hambre. ¿Cómo podremos
entender qué significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre
de Dios? Hambre de conocerle, hambre de tratarlo como a un buen Amigo, hambre
de darlo a conocer, hambre de compartirlo, como se comparte el pan de la mesa.
¡Qué bella estampa ver al cabeza de familia cortando un buen pan, que antes se
ha ganado con el esfuerzo de su trabajo, y lo da a manos llenas a sus hijos!
Ahora, pues, es Jesús quien se da como Pan de Vida, y es Él mismo quien da la
medida, y quien se da con una generosidad que hace temblar de emoción.
Pan de Vida..., ¿de qué Vida? Está claro que no nos
alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos
cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días.
Preguntémonos con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí? Y comparémosla
con la orientación real con que vivimos. ¿Es esto lo que querías? ¿No crees que
el horizonte puede ser todavía mucho más amplio? Pues mira: mucho más aun que
todo lo que podamos imaginar tú y yo juntos... mucho más llena... mucho más
hermosa... mucho más... es la Vida de Cristo palpitando en la Eucaristía. Y
allí está, esperándonos para ser comido, esperando en la puerta de tu corazón,
paciente, ardiente como quien sabe amar. Y después de esto, la Vida eterna: «El
que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). —¿Qué más quieres?
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