La figura litúrgica del día, Santo Domingo de Guzmán, estuvo en el centro de la reflexión de Benedicto XVI esta
mañana en el marco de la celebración de la Audiencia General.
En su catequesis el Pontífice arrojó luz
sobre el peculiar modo de orar de esta santa figura del siglo XIII, fundador de
la Orden de los Padres Predicadores. "Santo Domingo nos recuerda que al
origen del testimonio de fe que cada cristiano debe dar en familia, en el
trabajo y en el compromiso social, así como en los momentos de distensión, se
coloca la oración como contacto personal con Dios, que es lo que nos da fuerza
para vivir intensamente -dijo el Papa- cada evento y en especial los más
sufridos".
En efecto en su breve catequesis
pronunciada en Castel Gandolfo y solo en idioma italiano, el Papa aludió a que
Santo Domingo de Guzmán con sus nueve modos de orar nos enseña la importancia
de las actitudes exteriores de nuestra propia oración.
Texto íntegro de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy la Iglesia celebra la memoria de
santo Domingo de Guzmán, Sacerdote y Fundador de la Orden de los Predicadores,
llamados Dominicos. En una precedente Catequesis, ilustré esta insigne figura y
la fundamental contribución que ha aportado a la renovación de la Iglesia de su
tiempo. Hoy quisiera sacar a la luz un aspecto esencial de su espiritualidad:
su vida de oración.
Santo Domingo fue un hombre de oración.
Enamorado de Dios no tuvo otra aspiración que la salvación de las almas, en
particular aquellas caídas en las redes de la herejía de su tiempo; imitador de
Cristo, encarnó radicalmente los tres consejos evangélicos uniendo a la
proclamación de la Palabra el testimonio de una vida pobre. Bajo la guía del
Espíritu Santo, avanzó en el camino de la perfección cristiana. En cada momento,
la oración fue la fuerza que renovó e hizo siempre más fecundas sus obras
apostólicas.
El Beato Jordán de Sajonia muerto en el
año 1237, su sucesor en la guía de la Orden, escribe así: «Durante el día,
ninguno más que él se mostraba sociable... Viceversa de noche, nadie era más
asiduo en el velar en oración. El día lo dedicaba al prójimo, pero la noche la
daba a Dios». En Santo Domingo podemos ver un ejemplo de integración armoniosa
entre contemplación de los misterios divinos y actividad apostólica. Según los
testimonios de las personas a él más cercanas, «él hablaba siempre con Dios o
de Dios».
Tal observación indica su comunión
profunda con el Señor y al mismo tiempo, el constante compromiso en conducir a
los demás a esta comunión con Dios. No ha dejado escritos sobre la oración pero
la tradición dominica ha recogido y mandado a otras generaciones su experiencia
viva en una obra titulada: Las nuevas maneras de
orar de Santo Domingo. Este libro fue compuesto entre el año 1260 y el
1288 por un Fraile dominico, nos ayuda a aprender a comprender algo de la vida
interior del Santo, nos ayuda en todas las diferencias, también a nosotros, a
aprender algo sobre el modo de orar.
Para él son por tanto nueve los modos de
rezar, y cada uno de ellos lo realizaba siempre delante de Jesús Crucificado, y
expresa una postura corporal y espiritual que, íntimamente compenetradas,
favorecen el recogimiento contemplativo y el fervor. Los primeros siete modos
siguen una línea ascendente, como los pasos de un camino, hacia la comunión con
Dios Trinidad: Santo Domingo ora de pie inclinado para expresar la humildad;
tendido en el suelo para pedir perdón por sus pecados; de rodillas haciendo
penitencia para participar en los sufrimientos del Señor; con los brazos
abiertos mirando el crucifijo para contemplar el Amor Supremo; con la mirada al
cielo, sintiéndose atraído hacia el mundo de Dios.
Los dos últimos modos de rezar, en
cambio, sobre los que me gustaría brevemente detenerme, corresponden a dos
prácticas de piedad vividas habitualmente por el Santo. En primer lugar la
meditación personal, donde la oración adquiere una dimensión aún más
íntima, ferviente y serena. Al final de la recitación de la Liturgia de las
Horas, y después de la celebración de la Misa, Santo Domingo prolongaba la
conversación con Dios, sin establecer un límite de tiempo. Sentado
tranquilamente, se recogía en sí mismo en una actitud de escucha, leyendo un
libro o mirando al Crucifijo. Vivía tan intensamente estos momentos de relación
con Dios que exteriormente se podían apreciar sus reacciones de alegría o de
llanto.
Los testigos dicen que, a veces, entraba
en una especie de éxtasis, con el rostro transfigurado, pero poco después
emprendía con humildad de nuevo sus actividades diarias, recargado por la
fuerza que viene de lo Alto. Luego practicaba la oración durante el viaje entre
un convento y otro; rezaba las laudes, la Hora Media, las Vísperas con los
compañeros, y, cruzando los valles y las colinas, contemplaba la belleza de la
creación. Entonces brotaba de su corazón un himno de alabanza y acción de gracias a Dios por
tantos dones, especialmente por la más grande de las maravillas: la redención
obrada por Cristo.
Queridos amigos, santo Domingo nos
recuerda que en el origen del testimonio de fe -que todo cristiano debe dar en
familia, en el trabajo, en el compromiso social, e incluso en los momentos de
distensión-, está la oración; sólo una relación real con Dios nos da la fuerza
para vivir intensamente todos los acontecimientos, especialmente los más
dolorosos.
Este Santo nos recuerda también la
importancia de la actitud externa mientras rezamos. Estar de rodillas, de pie
delante del Señor, fijar nuestra mirada en el Crucifijo, detenernos y
recogernos en silencio, no es una cosa secundaria, sino que nos ayuda a
ponernos interiormente con toda nuestra persona, en relación con Dios.
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