Fundador de la Congregación del
Santísimo Sacramento.
Martirologio Romano: San Pedro Julián Eymard,
presbítero, el cual fue primeramente sacerdote diocesano y después miembro de
la Compañía de María. Adorador eximio del Misterio eucarístico, fundó nuevas
congregaciones, una de clérigos y otra de mujeres, para fomentar y difundir la
piedad hacia el Santísimo Sacramento. Murió en la aldea La Mure, cerca de
Grenoble, en Francia, donde había nacido (1868).
Nació en La Mure, al este de Francia, por donde poco antes
(1799) había pasado el papa Pío VI, prisionero del Directorio -órgano ejecutivo
del gobierno republicano francés desde el 1795-, dando bendiciones, y poco
después (1815) pasó también Napoleón, el fugado de la isla de Elba, con cantos
bélicos triunfales. Pedro fue hijo de un labrador arruinado que cambió el
oficio por el de afilador ambulante -de algo hay que vivir- y contrajo segundas
nupcias con una buena mujer de pueblo que le dio a Pedro nacido entre
hermanastros.
La familia no le facilita realizar su vocación religiosa;
piensan que ellos son suficientemente pobres y no están para muchos dispendios,
que es imposible prescindir de la ayuda que el hijo debe reportar al peculio
familiar y afirman que también se puede agradar a Dios sin necesidad de buscar
situaciones extremas. Pedro él es terco en su deseo. A escondidas va alternando
el oficio de afilador con estudios ocultos.
El P. Guibert -futuro cardenal de París, ahora sólo un
sacerdote joven-, ha pasado por el pueblo cuando Pedro tiene ya dieciocho años
y, conociendo las delicadezas de Pedro con la Virgen María, avivó el incendio
interior facilitando que el chico pudiera entrar en el noviciado de María
Inmaculada de Marsella; pero una enfermedad lo puso al borde de la muerte y
debió regresar a su casa.
Recuperada la salud, entró por fin en el seminario de
Grenoble y recibió la ordenación sacerdotal en el año 1834. Es Cura de pueblo,
estuvo en las parroquias de Chatte como coadjutor y como párroco rural en
Montereynard; pero se muestra inquieto, como en búsqueda continua de algo que
aún no sabe. Entró en contacto con el Cura de Ars y arraigó entre ellos una
fuerte amistad. Llegó a entrar en el noviciado de los maristas de Marsella
haciéndose miembro de la Sociedad de María; lo hacen director del colegio de
Belley, Superior Provincial, Director de la Tercera Orden de María en Marsella,
ciudad tan revuelta por las desatadas pasiones de la primera mitad del siglo
XIX. Ejerce un intenso y amplio apostolado en la ciudad preferentemente entre
los presos, enfermos y obreros. Con la señorita Jaricot funda un instituto que
luego asumiría la Santa Sede como la Obra Pontificia para la Propagación de la
Fe.
En un ambiente impregnado de utilitarismo, que se propone
endiosar la razón y que rezuma anticlericalismo por todos los poros, llegando
al desprecio de lo sobrenatural, Pedro se ha pronunciado por lo que el mundo
juzga despreciable, nada práctico y cosa propia de otra época perteneciente al
decrépito pasado.
Consultando a sus superiores previamente y al papa Pío IX
después, funda la Congregación del Santísimo Sacramento que tiene como fin la
adoración continua y permanente el Señor presente en la Eucaristía; para ello
hace falta contar con sacerdotes piadosos, llenos de fe y deseosos de adorar
con hambre de reparación. Y a ello se dedica. No le es difícil sólo por el
ambiente laico propiciado desde lo más alto del Imperio como una de las
consecuencias de la Restauración; también le llegaron primero los cansancios y
aburrimientos de los que pensaron que aquello era una cosa más, probablemente
pasajera y sin mucha entidad; luego vinieron las incomprensiones de los buenos;
después la terrible y frecuente plaga entre los clérigos de los celos que, como
sucede casi siempre, terminaron en traiciones y calumnias.
Pero hace falta -piensa Pedro- instruir a la gente con
verdadera doctrina porque la ignorancia es el principal de los males que está
comprometiendo la fe, la piedad, la vida cristiana, la política y la vida
social, permitiendo la manipulación de los ignorantes. Piensa que es preciso
ocupar todos los púlpitos de las iglesias, sacar a Jesús Sacramentado del
Sagrario, pero no como una momia, sino vivo, resucitado, presente y real. Hay
que desempolvar la fe en Cristo Salvador presente en la Eucaristía; peregrino
de ella, quemará sus energías por toda Francia, dejando tras sí asociaciones de
sacerdotes, religiosas, hombres y mujeres seglares que tengan como finalidad
exclusiva la adoración permanente a y agradecida al Señor Sacramentado.
Así quedaron sentadas las bases para los futuros Congresos
Eucarísticos el primero de los cuales tuvo lugar en Lila, en 1881, organizado
por la antigua religiosa de la Congregación del Santísimo Sacramento, Señorita
Tamisier, cuando él ya estaba en el Cielo.
Su actividad fue nada llamativa ni sorprendente, no llevó
el marchamo de lo cultural ni el ribete de lo social; incomprensible, sí, para
un mundo bastante cegato; pero que va al núcleo de toda otra posible y
saludable actividad porque señala la primacía del orden sobrenatural.
¿Quieres saber más? Consulta corazones.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario