Hoy, teniendo la Pasión a la vista, contemplamos a Jesús expulsando enérgicamente a los mercaderes que ocupaban el "atrio de los gentiles" del Templo. Jesucristo atacaba la normativa en vigor dispuesta por la aristocracia del Templo, pero no violaba la Ley y los Profetas. Contra una praxis profundamente corrupta que se había convertido en "derecho" (se permitía el comercio en el lugar de oración reservado para los gentiles), Jesús reivindicaba el verdadero derecho divino de Israel.
Cristo removía aquello que era contrario a la adoración común de Dios, despejando el espacio para la adoración de todos. De hecho, no intervino la policía del Templo y las autoridades se limitaron a pedirle una "señal" que le legitimara para ello. "Destruid este templo y yo en tres días lo levantaré" fue su respuesta: su "señal" es la cruz y la resurrección.
—La cruz y la resurrección lo legitiman como Aquel que establece el culto verdadero. Jesús se justifica a través de su Pasión: éste es el signo de Jonás, que Él ofrece a Israel y al mundo.
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