AP foto / Darío López-Mills |
26-03-2012 L’Osservatore Romano
Esperanza es la palabra clave de la visita de Benedicto XVI a México, una visita orientada en su intención a toda América Latina y al Caribe, segunda meta —con la fuertemente esperada etapa cubana— de este largo itinerario papal. Así, con el trasfondo del bicentenario de la independencia, en las palabras del Pontífice resonó varias veces la llamada a la Misión continental lanzada en Aparecida por la última Conferencia general del Episcopado latinoamericano. Con una finalidad que se entrelaza con el próximo Año de la fe: arraigar en una inmensa área del mundo, predominantemente católica, la necesidad de anunciar de nuevo el Evangelio para superar la tentación, insidiosa y siempre presente en la comunidad cristiana, de una fe superficial y rutinaria.
En la homilía y en las palabras pronunciadas antes del Ángelus bajo la mirada de la estatua de Cristo Rey erigida en la cima del monte Cubilete, centro no sólo geográfico de México, Benedicto XVI habló de esperanza, insertada en los problemas del país y de muchas partes del continente: haciéndose eco del incisivo saludo del arzobispo de León —Mons. José Guadalupe Martín Rábago, entre otras cosas, describió un cambio cultural y moral devastador— el Papa denunció las divisiones que sufren numerosas familias forzadas a la emigración y los sufrimientos de muchas otras a causa de la pobreza, la corrupción, la violencia, el narcotráfico y la criminalidad.
En este tiempo, marcado por el dolor y la esperanza, Benedicto XVI comentó el pasaje evangélico —escuchado, durante una misa ejemplar, por medio millón de fieles que llenaban el inmenso Parque del Bicentenario— en el que san Juan refiere la petición de los griegos de ver a Jesús y su respuesta, que declara su glorificación en la cruz. Es el mismo mensaje expresado por la realeza de Cristo, como indican la corona real y la de espinas de la estatua del Cubilete, que Juan Pablo II no pudo visitar nunca en sus cinco viajes a México: de hecho, el reino del único Señor no se funda en la fuerza, sino en el amor de Dios, que conquista los corazones y exige el respeto, la defensa y la promoción de la vida humana, el crecimiento de la fraternidad y la superación de la venganza y del odio.
Y la esperanza se funda en la venida de Cristo, rechazado y llevado a la muerte, pero que precisamente a través de su pasión realizó la salvación. El mal no puede impedir la voluntad divina de salvar al hombre ni tendrá la última palabra en la historia, reafirmó Benedicto XVI en la homilía durante el rezo de vísperas junto a los representantes de los episcopados del continente, y a ellos, en continuidad con sus predecesores, les confirmó la cercanía del Sucesor del apóstol san Pedro.
Con la visita a México, el Papa ha sabido tocar el corazón de los mexicanos, mostrando con sencillez su afecto a las numerosísimas personas que esperaron muchas horas para verlo aunque fuera sólo un momento y deteniéndose sobre todo con los más débiles y los más pequeños: desde los familiares de las víctimas de la violencia hasta los enfermos y los niños. A estos «pequeños amigos» quiso dedicar un encuentro, durante el cual repitió la esencia del Evangelio: Dios quiere que seamos felices y, si dejamos que cambie nuestro corazón, entonces podremos cambiar realmente el mundo.
g.m.v.
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