Lectura
del santo evangelio según san Lucas 11,14-23
En aquel
tiempo, Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el
demonio, habló el mudo. La multitud Se quedó admirada, pero algunos de ellos
dijeron: - «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los
demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. El,
leyendo sus
pensamientos, les dijo: - «Todo reino en guerra civil va a la ruina
y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo
mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de
Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos,
¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces.
Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de
Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su
palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo
vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está
conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
La
sinceridad se ha perdido
Un pueblo
que le da la espalda a Dios, no es un pueblo que camine de frente hacia la paz
que busca. Jeremías, recuerda cómo Dios envió a muchos profetas para que
escuchara la voz de Dios y caminara según sus preceptos. Pero el pueblo
endureció su corazón. Lejos de Dios no hay sinceridad, un pueblo sin Dios es un
pueblo cuya sinceridad ha sido arrancada de su boca. Es un pueblo cuya verdad y
sentido de la vida se ha perdido.
La
capacidad de proclamar la verdad de la vida se traduce con la experiencia que
de Dios se tiene. Un pueblo que le da la espalda a Dios es el que reniega de su
propia verdad, y endurece su corazón. Dios nos permite ver más allá de las
fronteras de la sinrazón la profundidad de lo que significa humanizar la vida.
Una vida abocada a la mentira, a la ausencia de verdad, traiciona lo más
esencial del ser humano que es caminar hacia la luz de Dios.
Muchas
veces nos engañamos a nosotros mismos cuando proclamamos la muerte de Dios en
nuestra sociedad. Quizás, Nietzsche traicionara nuestras conciencias
proclamando la emancipación del hombre respecto a Dios; ya que el hombre no ha
crecido en su humanidad pretendida, ni tampoco en su libertad buscada y proclamada.
Dar la espalda a Dios es dársela a nuestra propia historia. Y la historia
siempre tiene algo que contar. Quizá la herencia nietzscheana sea su misma
locura que nos procura una bárbara tensión entre la vida y la paz.
Si la
esperanza fuera sólo un escenario de caminos imposibles de recorrer, entonces
estaríamos abocados al final de los trayectos posibles para vivir. Una vida con
Dios se hace mucho más atrayente cuando no estamos obligados a ser superhombres
esclavizados en su pueril libertad, donde el compromiso por la vida, y la
humanidad están ausentes de su sentido.
Un
corazón endurecido es aquél que se ha dejado petrificar por los fracasos, aquél
que camina imbuido por sus pesares, el que sustenta el mal como si fuera una
máscara revolucionaria del pasado, aquél que se muestra incapaz de comprender
la vida y su grandeza.
El Reino
de Dios ha llegado a vosotros
Lucas nos
dibuja un escenario de tensión. Se señala en el Evangelio de hoy que muchos
creían que los signos milagrosos que Jesús mostraba eran obra del
demonio. Y le pedían signos en el cielo.
Pero
Jesús les hace ver que todo reino dividido o en guerra civil es un reino
abocado a la ruina, al derrumbe de sus casas y fortalezas, lo que les protege y
los que les habita es un sinsentido porque es un reino que se autodestruye a sí
mismo.
Sin
embargo, si sus signos lo sostienen la mano de Dios significa que el Reino de
Dios ha llegado a vosotros. Es algo presente, una realidad que se puede palpar
y comprender.
Jesús no
cae en la tentación de mostrar signos en el cielo. Al contrario, se pone como
punto de inflexión y mediación entre Dios y los hombres: “El que no está
conmigo, está contra mí, el que no recoge conmigo desparrama”.
Esta
frase que muchas personas se arrogan, como si fueran dioses en sus trabajos y
responsabilidades, no significa un buscar adeptos dóciles para mi causa. Es por
encima de todo el punto al que ha de llegar un compromiso en la fe en Aquél que
me sostiene. Es la garantía necesaria de que tu vida es un relato que Dios
pronuncia con tu historia. Pero no caben medias tintas, esas sólo vuelven
borroso los caminos que conducen a Dios.
Muchos
signos en nuestra vida son los que nos hablan de Dios, que nos sugieren su
presencia, cuando hay manos y miradas que te envuelven en su ternura, cuando
hay corazones compasivos que te levantan de tu dolor, cuando hay voluntades que
trabajan por la paz y la justicia, cuando la vida se traduce en la caridad
desprendida que dona momentos de fraterna acogida, cuando el pobre es levantado
en su dignidad y el enfermo consolado en su soledad, cuando el anciano es
acompañado por rostros serenos que esperan algo de la vida. Estos son los
momentos del Reino presente, los momentos de Dios que habita en nosotros, los
momentos creadores de una esperanza infinita.
Oremos
para que la presencia de Dios nos transforme cada día en aquellos que recogen
con Jesús la vida que Dios nos proporciona, que nos asemeja a lo divino, y que
nos prepara una esperanza sin límites.
Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/28-3-2019/
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