Lectura del santo Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36
En
aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales en el sol, en la
luna y en las estrellas; y en la tierra, angustias de las gentes, perplejas por
el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad
por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos
serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran
poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad
la cabeza porque se
acerca vuestra liberación." "Guardaos de que no
se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por
la preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improvisto sobre vosotros,
como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la
tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y
escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo
del hombre."Pautas para la homilía
En el sinsentido humano, una presencia salvadora
«Suscitaré
a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra». Es la
primera venida del Señor, anunciada por Jeremías. El anuncio de Jesús es muy
distinto: la destrucción de Jerusalén y los signos que precederán al fin de los
tiempos. Son señales que condensan la ruina del mundo.
Para
el pueblo judío, viendo la vieja tierra de las promesas en ruinas, el aviso era
claro: el tiempo de la tierra se terminaba y sobre su ruina se perfilaba el fin
del cosmos. Todo giraba sobre el trasfondo amenazante de la muerte y cabía todo
menos la esperanza.
Para
nosotros, cristianos, esas situaciones ofrecen una enseñanza. En el corazón de
los fracasos humanos estamos llamados a descubrir una palabra de vida, una
presencia salvadora que nos llama. El Hijo del Hombre se acerca a donde el
cosmos y la humanidad naufragan en la muerte. La invitación resulta
sorprendente: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se
acerca vuestra liberación».
«Levantaos»:
Es un llamado a cada uno y también a animarse unos a otros. «Alzad la cabeza»,
como quienes recuperan la confianza y miran al futuro no solo desde sus propios
cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación», se abre la posibilidad
de que un día dejéis de vivir oprimidos, tentados por el desaliento. Jesucristo
es vuestro Liberador.
Pero
cuidado. Hay maneras de vivir que no permiten caminar con la cabeza levantada
confiando en una liberación definitiva. «Tened cuidado de vosotros, no sea que
se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la
vida». Es real el peligro de acostumbrarnos a vivir con un corazón insensible y
endurecido, buscando llenar la vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre
del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Un estilo de vida que nos hace
cada vez menos humanos.
«Estad,
pues, despiertos en todo tiempo». Despertad la fe. Estad más atentos a mi
Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. Una forma concreta:
La Iglesia hace tiempo viene proponiendo iniciación cristiana, reiniciación,
nueva evangelización… como encuentro personal con Jesucristo.
En
él –no en los fracasos históricos, no en un futuro lejano– está el sentido de
la historia, sembrado como germen de muerte y salvación en nuestra tierra.
Vino, vendrá, y también viene, en tiempo presente. Viene en nuestros
sufrimientos y fracasos. En la falta de sentido de realidades en las que se
deteriora cada día la vida física y la vida moral de las personas. Aunque sea
difícil creerlo, hoy también está viniendo Jesucristo. La victoria no es del
mal ni de la muerte; es de quien venció a la muerte y nos llama a mantener su
testimonio y a seguirle en el camino que ha trazado.
La importancia de vigilar
Confiar
en las promesas de Dios exige dejarnos guiar por Él, y también reconocer que
muchos de nuestros caminos no han sido los suyos. Nos conviene estar atentos y
vigilantes.
En
el Adviento convergen tres realidades de Cristo: vino en Belén, vendrá en los
últimos tiempos, viene hoy en la historia. Vigilancia y esperanza son
importantes en cada una de esas dimensiones. Los profetas supieron mantener
esas actitudes en el pueblo de Israel. La plenitud de Jesucristo se realizará
en un mañana de muerte y resurrección universal.
Pero
las palabras de Jesús son también para nosotros hoy. Vivimos con angustias y
miedos, como los que Jesús mencionó al hablar del cosmos con un lenguaje
adaptado a la cultura de su tiempo. Las angustias e inseguridades de hoy las
causan crisis económicas, conflictos sociales, carencias en las necesidades
básicas, frustración, diversas formas de delincuencia, pérdida de valores
morales, corrupción administrativa, etc.
Las
palabras de Jesús no nos evitan los problemas y la inseguridad, pero nos dan
una luz para afrontarlos. Las causas de angustia lo son para todos. Pero los
cristianos deberíamos tener actitudes y reacciones distintas de quienes no
viven cristianamente. La esperanza nos permite confiar en las promesas de Dios
y descubrir su paso en el drama de la historia.
Se
nos hace difícil reconocer nuestras debilidades, miedos e incertidumbres, tanto
como descubrir las señales de la presencia de Jesús en las realidades que
vivimos. Pero eso no debe paralizarnos como cristianos en el mundo, ni dejarnos
en una espera pasiva. La salvación es fruto de la gracia de Dios, pero empieza
a realizarse ahora como fruto también del esfuerzo humano, de trabajar para que
las promesas que creemos se hagan realidad ya en nuestras vidas.
Seamos
justos, alegres y solidarios. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento.
Seamos hombres y mujeres esperanzados y esperanzadores. Creamos realmente que
el amor trasciende toda frontera, trabajemos para que se cumplan las promesas
de Dios y vivamos así nuestra espera en el Adviento.
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