Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-45
Unos
días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de
Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se
llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá.»Reflexión del Evangelio de hoy
¿Cómo no cantar al amado?
Un
toque de alegría y ternura nos pone delante de los ojos el texto del Cantar que
hoy leemos. Es el canto de la amada que busca ansiosamente al amado, que canta
las bellezas que va encontrando en su búsqueda y que reflejan los encantos del
amado. “A dónde fuiste amado y me dejaste sin sentido” que nos dirá San Juan de
la Cruz. El anhelo de la amada buscando el rastro del amado, debería ser el
ansía viva de la Iglesia en la búsqueda de Cristo, aunque para ello tendríamos
que despojarnos de todo lo material que nos acompaña para poder correr libres
de ataduras por montes y valles en la búsqueda del Maestro.
Y
cuando la amada, imagen del alma que busca al amor absoluto, encuentra al amado
escuchará los arrullos amorosos que invitan a la unión íntima y total con el
Amor. Amada y Amado, Iglesia y Cristo, Cristo y el ser humano, una vez
encontrados, cuando ya se han conocido, serán capaces, porque no podrán hacer
otra cosa, de cantar las alegrías mutuas, totales, sin final, porque quien
conoce la Belleza, el Amor absoluto, va a perder toda apetencia por lo terreno
y dirán desde lo profundo del alma, “que muero porque no muero”.
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
San
Lucas trata de acentuar la divinidad de Jesús desde el momento de su concepción
y su superioridad con Juan. Tal vez los seguidores de uno y de otro discutían
sobre la importancia y el lugar que correspondía a cada uno de ellos.
Lucas
trata de dejar claro, desde antes del nacimiento de ambos, qué lugar
corresponde a cada uno y se vale para ello de un viaje de María a la aldea de
Isabel. Si tenemos en cuenta que Isabel es la esposa de un sacerdote del templo
y María no es otra cosa que la esposa de un carpintero, con criterios humanos
nos resultaría fácil elegir al más importante de ambos nascituros.
Sin
embargo Isabel reconoce la superioridad de María y el hijo que se desarrolla en
su seno y es capaz de decir: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?”. Isabel se coloca en un plano inferior a María, y ésta nos da una
lección de lo que es importante a los ojos de Dios y será el tema central de la
posterior predicación de su hijo. La actitud de servicio al prójimo, en este
caso a Isabel y su familia, es la que parece primar sobre todas las
consideraciones humanas que pudiéramos tener. María demuestra que aquel “He
aquí la esclava del Señor” de hacía poco tiempo, debe traducirse por un
servicio al otro. María ha alcanzado, seguramente, el conocimiento de su propia
humanidad, que allá en lo profundo de su ser, le permite conocer y vivir la
divinidad.
¿Cuál
es nuestra actitud frente a la vida? Puede que no aceptemos la necesidad de ser
servidores para ser importantes ante los ojos del Señor. Es posible que creamos
haber visto a Dios, haber encontrado su rostro en el camino. Pero esta
iluminación, en caso de producirse, hace que la visión, aunque solo sea un
pálido atisbo, trastocaría la humanidad entera del iluminado, que no tendría ya
otro deseo que unirse al amado, como hemos leído en el Cantar.
Hoy
celebramos también el recuerdo de San Ambrosio de Milán y conviene que le
miremos y tratemos de imitar sus virtudes, su seguimiento del Maestro y
evitemos los defectos que seguramente tuvo.
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