Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,28-30
En
aquel tiempo, exclamó Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera.»
Reflexión del Evangelio de hoy
Los que esperan en el Señor corren y no se fatigan
El
texto de la primera lectura pertenece al libro de la Consolación (40-55). El
pueblo se encuentra en el destierro en Babilonia instalado en el desaliento, el
desánimo y la desesperanza. Ha perdido su tierra, y con ello no solo ha perdido
sus raíces, su patria, su identidad, sino que experimenta el abandono de su
Dios que le había prometido esa tierra (Gn 12,7). Entonces se interroga: ¿Acaso
las promesas de Dios no son irrevocables? ¿Ha abandonado Dios a su pueblo?
El
capítulo 40 presenta una tensión entre Dios y su pueblo. En medio de su
desconsuelo, Dios le invita a mirar al cielo y maravillarse con la creación:
“¿Con que Dios podéis compararme?” Quiere hacerle caer en la cuenta a través de
la grandeza de la creación que puede descubrirlo aún en esa situación de
pesadumbre. Él siempre está ahí.
Junto
a ello, también interpela su queja: “¿Por qué andas diciendo, y por qué
murmuras: Al Señor no le importa mi destino?” Dios mismo responde a esa
pregunta: Él no es como los otros dioses, es un Dios eterno, su
inteligencia es insondable. Dios no se cansa en su actividad, ni en la creación
ni en la historia, por eso continuamente “fortalece a quien está cansado,
acrecienta el vigor del exhausto”. Aquellos que esperan en el Señor, no se
desesperan porque son dotados de una energía tal que “corren y no se fatigan,
caminan y no se cansan”. Ya no cabe el abatimiento, la monotonía, la rutina o
la depresión. El Señor da alas para volar, desplegándolas por encima de
cualquier situación, pase lo que pase. Necesitamos de esa energía para vivir
nuestro día a día, para afrontar las pequeñas o las grandes contrariedades de
la vida. Sólo hemos de creérnoslo. La palabra de Dios se cumple, lo que Él dice
lo hace.
Venid a mí
El
texto del evangelio de hoy es propio de Mateo, por lo que no lo
encontramos en ningún otro evangelista. Estos tres versículos, cargados de
significatividad, constituyen una invitación de Jesús a aquellos que están
cansados y agobiados a través de tres imperativos: “Venid a mi” (Ecl 24,19;
51,23), “tomad mi yugo” (Ecl 6,24-25;51, 26) y “aprended de mí”.
Al
leer el texto, uno no puede menos que preguntarse algo aparentemente
contradictorio: ¿cómo puede encontrarse descanso cargando con un yugo? Jesús
mismo intuyendo la cuestión, responde a la pregunta: “porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera”. Sin embargo, para entender la verdadera dimensión
de las palabras del Maestro, hemos de recurrir al significado del yugo, tanto
en el Antiguo Testamento, como en la vida cotidiana.
En
cuanto a los textos veterotestamentarios, el yugo tiene un carácter simbólico.
En el libro del Eclesiástico se nos habla del yugo como la instrucción, como la
misma Torá: “Someted vuestro cuello a su yugo y recibid instrucción: está ahí,
a vuestro alcance” (51,26). Por otro lado, quienes viven en ambiente rural,
pueden fácilmente identificar el yugo con un objeto de madera que unce a dos
animales iguales. Con él se les obliga a ambos a compartir el peso de la carga
que soportan, a la vez que a caminar entrelazados al mismo ritmo.
Jesus
al hablar de su yugo, está hablando de su propia enseñanza, de la
interpretación que El mismo hace de la Torá. Él no ha venido a abolir la Ley
sino a darle cumplimiento (Mt 5,17); pero mientras la interpretación que
hacen los fariseos “es una carga pesada” (Mt 23,4), la interpretación que
hace Jesús da descanso y expansiona el alma. Además mientras “los fariseos no
llevan la carga” (Mt 23,4), no son coherentes, “dicen pero no hacen”, Jesús
“comparte la carga” con su discípulo, caminando al mismo ritmo que él. Es
coherente, es el primero en llevarla a la práctica, en hacerla vida: “aprended
de mí que soy manso y humilde de corazón”
El
mensaje de Jesús, la vida que nos propone, a pesar de ser una vida de entrega,
de dar-se, de des-vivirse, es una vida de “descanso”. El proyecto del
Reino nos conduce a los territorios más esenciales del ser humano: profundidad
e interioridad donde nos encontrarnos con nosotros mismos, relaciones
interpersonales que construyen un mundo más fraterno y más justo, búsqueda del
Dios de la vida. El “descanso” aparece cuando recorremos los caminos de
nuestra propia humanidad sin salirnos de ella. En medio de este mundo de ritmo
tan vertiginoso, no solo por el trabajo sino por el exceso de actividades,
relaciones, información, nuestro cansancio nace de la saturación. Necesitamos
“ordenar” nuestra vida, cuidar lo esencial y poner en segundo plano lo demás;
darnos tiempo de silencio y sosiego para que la vida se pose y nos permita
convertirla en experiencia, que no es ni más ni menos que la vida reflexionada.
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