Hoy asumimos la llamada de Jesucristo a la prudencia
("sentarse primero a calcular"), situándola en el contexto de la
actividad económica, cuyas crisis globales no son ajenas al "déficit"
generalizado de prudencia («la codicia es uno de los principales peligros»,
afirmó Juan Pablo II).
La esencia de la actividad-acción económica es algo muy
simple: necesitamos asignar nuestros recursos (limitados) a finalidades
alternativas (no podemos hacerlo todo). Este "ejercicio de
asignación" lo realizamos todos, todos los días, en todas nuestras
actividades (tiempo, estudios, la compra, ¡elegimos cónyuge!, etc.). Esta
"racionalidad económica" es profundamente ética: donde hay elección
de fines, allí hay responsabilidad moral (elegimos fines según la visión que
tenemos acerca del hombre).
—La historia muestra que este proceso de asignación de
recursos a finalidades alternativas suele ser "inconsistente",
incoherente: empezamos "casas" que no podremos terminar, o,
simplemente, intentamos cosas imposibles y/o inútiles. Y esto a nivel personal,
familiar, empresarial e institucional. La llamada a la prudencia y a la
sobriedad es una exigencia ética y de racionalidad económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario