Hoy, incluso para este "administrador infiel",
del corazón de Jesús sale una alabanza (por su astucia). Admiramos la tenacidad
divina para salvar nuestras vidas, ni que sea aprovechando algunos pocos
"fragmentos" de bien que Él encuentre en nuestra existencia terrena.
En esta línea discurre la enseñanza católica sobre el "purgatorio".
En gran parte de los hombres —eso podemos suponer— queda
en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor,
hacia Dios, aunque en las opciones concretas de la vida dicha apertura se haya
empañado con compromisos con el mal. Dios puede recoger los
"fragmentos" y hacer "algo" con ellos (purificarlos y
unirlos). Necesitamos una cierta limpieza final (¡un purgatorio!), donde la mirada
de Cristo nos limpie de verdad, haciéndonos aptos para Dios y capaces de estar
en su morada. Es una necesidad tan humana que, si no existiera el purgatorio,
¡habría que inventarlo!
—Señor, antes que una "pieza malograda de un
alfarero", deseo ser salvable para culminar contigo mi existencia.
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