Hoy percibimos en esos interlocutores de Jesús —los
saduceos— un error: imaginaban la vida eterna como mera "continuación sin
fin" de la vida terrenal. ¡No sorprende que negaran la resurrección! La
vida eterna no la descubrimos a través del análisis de nuestra propia
existencia; el "Espero en la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro" es consecuencia de creer en el Dios vivo.
La vida eterna no es "tiempo sin fin", sino otra
forma de existencia, en la que todo confluye simultáneamente en el "ahora
del amor", en una nueva "cualidad del ser" (rescatada de la
fragmentación de nuestra existencia actual). Sería el momento del sumergirse en
el océano del Amor Infinito, en el cual el tiempo —el antes y el después— ya no
existe: eso es el Cielo, donde "todos viven para Él". ¡Una vida que
apetece ser vivida eternamente!
—Jesús, espero este momento de vida plena, desbordado por
la alegría, según tu promesa: "Volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón y nadie os quitará vuestra alegría".
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