Día litúrgico: Viernes XXXII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,26-37): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también
en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta
el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos.
Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover
fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día
en que el Hijo del hombre se manifieste.
»Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres
en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se
vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la
perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán
dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres
moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde,
Señor?». Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los
buitres».
Comentario: Rev. D. Enric PRAT i Jordana
(Sort, Lleida, España).
Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la
pierda, la conservará
Hoy, en el contexto predominante de una cultura
materialista, muchos actúan como en tiempos de Noé: «Comían, bebían, tomaban
mujer o marido» (Lc 17,27); o como los coetáneos de Lot que «(…) compraban,
vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Con una visión tan miope, la
aspiración suprema de muchos se reduce a su propia vida física temporal y, en
consecuencia, todo su esfuerzo se orienta a conservar esa vida, a protegerla y
enriquecerla.
En el fragmento del Evangelio que estamos comentando,
Jesús quiere salir al paso de esta concepción fragmentaria de la vida que
mutila al ser humano y lo lleva a la frustración. Y lo hace mediante una
sentencia seria y contundente, capaz de remover las conciencias y de obligar al
planteamiento de preguntas fundamentales: «Quien intente guardar su vida, la
perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lc 17,33). Meditando sobre esta
enseñanza de Jesucristo, dice san Agustín: «¿Qué decir, pues? ¿Perecerán todos
los que hacen estas cosas, es decir, quienes se casan, plantan viñas y
edifican? No ellos, sino quienes presumen de esas cosas, quienes anteponen esas
cosas a Dios, quienes están dispuestos a ofender a Dios al instante por tales
cosas».
De hecho, ¿quién pierde la vida por haberla querido
conservar sino aquel que ha vivido exclusivamente en la carne, sin dejar
aflorar el espíritu; o aún más, aquel que vive ensimismado, ignorando por
completo a los demás? Porque es evidente que la vida en la carne se ha de
perder necesariamente, y que la vida en el espíritu, si no se comparte, se
debilita.
Toda vida, por ella misma, tiende naturalmente al crecimiento,
a la exuberancia, a la fructificación y la reproducción. Por el contrario, si
se la secuestra y se la recluye en el intento de poseerla codiciosa y
exclusivamente, se marchita, se esteriliza y muere. Por este motivo, todos los
santos, tomando como modelo a Jesús, que vivió intensamente para Dios y para
los hombres, han dado generosamente su vida de multiformes maneras al servicio
de Dios y de sus semejantes.
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