Hoy, la imponente imagen del Juicio final debemos
considerarla no como algo terrorífico, sino como motivo de una esperanza que,
simultáneamente, apela a nuestra responsabilidad. Dios es justicia y crea
justicia: éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia
está también la gracia.
Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia Jesucristo
crucificado y resucitado. Ambas —justicia y gracia— han de ser vistas en su
justa relación. La gracia no excluye la justicia; no convierte la injusticia en
derecho. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como también
porque es gracia. Si fuera solamente gracia, haría irrelevante todo lo terrenal
y Dios seguiría debiéndonos la respuesta a la pregunta sobre la justicia en
nuestra historia. Si fuera pura justicia, sería al final sólo un motivo de
temor.
—Tu encarnación, Señor, ha unido juicio y gracia de tal
modo que la justicia se establece con firmeza. No obstante, la gracia me
permite encaminarme lleno de confianza al encuentro con mi
"Juez-Abogado".
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